miércoles, 15 de septiembre de 2010

El perverso retorno de los clásicos


Primeros cafés en el Avempace y primeras conversaciones con los compañeros. De zombis y de literatura. Todo un fenómeno social. Cuánto le debe el arte pop al cineasta George A. Romero, el padre del carnívoro muerto viviente actual que, poco a poco, se ha ido inmiscuyendo en otros artes, tal que el de la letra escrita, para pervertir sus contenidos gracias a títulos como Orgullo y prejuicio y zombis (Jane Austen y Seth Grahame - Smith) o la recientemente publicada "per"versión zombi del insigne Quijote cervantino (obra de un tal Házael G. y que podéis encontrar en cualquier librería).


Si en el cine, el muerto viviente ha sido capaz de crear todo un subgénero (numerosos son ya los estudios que así lo atestiguan), no menos fortuna, en los últimos años, está teniendo la literatura, gracias a títulos como Guerra Mundial Z (Max Brooks), que ya podéis compar en edición de bolsillo, o, en el caso hispánico, la magnífia Apocalipsis Z (Manel Loureiro).

Curiosa resulta la historia de la susodicha novelita, que un buen día decidió escribir por entregas, en un blog, su autor, Manel Loureiro, originando todo un fenómeno literario. La editorial Dolmen tuvo el acierto de publicar en papel la estupenda narración de Loureiro, a la que siguieron otros títulos como Naturaleza muerta de Víctor Conde o Los caminantes de Carlos Sisí. La esperada continuación de Apocalipsis Z , titulada los Días oscuros, fue lanzada a bombo y platillo por Plaza & Janés y constituye uno de los relatos más impactantes del género, aunque, como curiosidad, os recomendaría leer con atención el Lazarillo Zombi. Matar zombis nunca fue pan comido de Lázaro González Pérez de Tormes.

Quienes mantengan que los clásicos están muertos deberían andarse con ojo, están retornando de sus tumbas a dentellada limpia, más feroces que nunca.

1 comentario:

  1. Me he quedado "zombie" con este artículo. En realidad, nada más "zombie" que un clásico: un auténtico muerto viviente. En realidad, todo artista aspira a ser un clásico, es decir, a zombificarse.

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