sábado, 25 de marzo de 2023

La Consejería de Educación de España en Francia publica el libro con los ganadores del concurso "Dale voz a tu pluma" 2022

Nuestra querida alumna de 2-SI-ESP Sarah Balloul recibió el viernes, 24 de marzo de 2023, un ejemplar del libro editado por la Consejería de Educación de España en la embajada de París con los ganadores del concurso "Dale voz a tu pluma", que esta institución convoca anualmente.

El concurso se falló en junio de 2022 y varios alumnos de la SIE de Lyon obtuvieron premio en dicha convocatoria:

  • Laian Parralejo, alumno de Terminale en el curso 21-22 y ahora en Maastricht, donde realiza sus estudios universitarios.
  • Sarah Balloul, alumna de Troisième en 21-22 y ahora en Seconde.
  • Alodia Denormandie, alumna de Cinquième en 21-22 y ahora en Quatrième.

(En las fotos, Sarah con su profesor, recogiendo el libro que la acredita como ganadora y recibiendo el aplauso de sus compañeros)



Más información:

El cuento de Sarah

NUESTRA ESENCIA HUMANA EN EL CAOS

El frío había despertado a Mykhaylo, que se había quedado dormido en la nieve espesa de la zanja del Este. Se levantó de un salto y verificó el estado de sus seis pacientes. Todavía no se había acostumbrado a su nuevo oficio de cirujano voluntario en el ejército ucranio.

    El coronel le había prohibido terminantemente salir de la zanja excepto en caso de emergencia o si el relevo llegaba. Sin embargo, Mykhaylo no podía quedarse en un lugar fijo. Sus pacientes no estaban en peligro de muerte inmediata, y podía contar con su enfermero, así que decidió pasearse un poco. Apenas había recorrido algunos metros cuando oyó un lamento. Acercándose al hombre herido, pudo distinguir claramente las palabras que decía en ruso: «Oh, por favor, sean humanos, hermanos, salven mi vida o terminen con ella ahora». ¿Un soldado ruso? ¿Un espía, un explorador? Mykhaylo no pudo responder a su pregunta, porque ya estaba bastante ocupado en llevarlo cargando hasta su tienda-hospital. No se lo había planteado dos veces: este hombre herido en la nieve moriría en menos de dos horas si no lo rescataba. Cargando al soldado ruso, Mykhaylo entró en su tienda. Le proporcionó un fuerte sedante y empezó a ocuparse de él como hacía con todos sus otros pacientes.

    — Ah, veo que tienes un nuevo paciente, observó más tarde el teniente Andriy. Esta noche fue bastante calma en la zanja. Járkov, sin embargo, fue bombardeada por aviones. Uno se estrelló cerca de aquí. Creo que el piloto ha muerto. De todos modos, si no, lo mataré yo mismo. Mi querido padre ha muerto a causa de estos malditos rusos.

    Mykhaylo no pudo reprimir un escalofrío. Había relacionado enseguida su nuevo paciente ruso con el piloto que el teniente Andriy amenazaba. Se dio cuenta del peligro que corría al acoger a su enemigo. No obstante, no podía dejarlo morir cruzándose de brazos. Por tanto, decidió no compartir con nadie la identidad del soldado enemigo.

    Pasó un día, en el que Mykhaylo esperaba que su paciente se despertara. Por fin, cuando abrió sus ojos, el ruso parecía tenso al descubrir que se encontraba en el campamento enemigo. Sin embargo, llamó a su salvador.

    — Me llamo Yuri, explicó el soldado a Mykhaylo. Soldado de la décima división, del cuarto ejército aéreo del Cáucaso Norte. Te agradezco haberme salvado la vida, continuó. Pero creo que no soy el bienvenido aquí.

    Intentó levantarse, pero como suponía Mykhaylo, no tenía fuerzas todavía para hacerlo.

    —No te preocupes, Yuri. No te delataré mientras estés convaleciente. Mi deber es curar a la gente que lo necesite. El tuyo es matar a civiles inocentes, pero no te guardo rencor, ya que de todos modos no tienes escapatoria.

    Yuri no dijo nada, aunque se veía que estaba de acuerdo. Tal vez el orgullo no le permitía decir su opinión abiertamente.

    — También sé que si hubieras tenido fuerzas para matarme el día que te salvé, lo habrías hecho, dijo el cirujano. Pero ahora, no te atreverás a hacerlo, ya que tienes una deuda hacia mí. Solo quiero que reflexiones.

    — Médico como te llames …

    — Mykhaylo, cirujano de la quinta división, del undécimo ejército de tierra.

    — Mykhaylo entonces, ¿sabes que intento no reflexionar desde hace varios meses? Si lo hago, la culpabilidad me roería.

    — Ya lo sé. Y puede que sea el caso de todos tus camaradas y de los míos. 

    — Sí. Por eso se dice que la guerra es absurda.

    — Estoy de acuerdo contigo.

    Después de un corto silencio, Yuri sonrió:

    — ¿Sabes?, tengo un primo que se llama Mykhaylo. Me gusta tu nombre, y más ahora que te conozco.

    El cirujano sonrió a su vez, pero no respondió. Miraba a su paciente con una curiosidad mal disimulada. Terminó sin embargo por hablar:

    — ¿Cómo puedes continuar matando a tanta gente? Yo estoy convencido de que hago lo mejor. ¿Pero tú?

    — Yo también estaba convencido de hacer lo mejor, respondió el piloto. La información que el gobierno ruso divulga en las redes de telecomunicación no tiene nada que ver con la realidad... Y creo que no hay vuelta atrás.

    Mykhaylo se quedó mudo. Podía entender lo que le explicaba Yuri, pero las palabras anteriormente dichas resonaron en su mente: «La guerra es absurda». Y no podía decir lo contrario.

    Yuri se recostó en su lecho y no tardó en dormir. Los días siguientes, no hablaron mucho. Mykhaylo se ocupaba de él y Yuri se lo agradecía.

    Después de un mes de convalecencia, Mykhaylo descubrió la cama de Yuri vacía. Tristemente, arregló las sábanas. Sospechaba que su amigo ya se había ido, y tal vez ya no lo vería. Sin embargo, un sobre con su nombre cayó del colchón. Lo abrió apresuradamente. Contenía una foto de Yuri más joven y una carta doblada en dos:

«Mykhaylo,

Con inmensa tristeza te abandono esta mañana.
Fuiste un amigo auténtico y bondadoso.
Te agradezco haberme salvado la vida más de lo que puedes creer.
Nunca olvidaré tus gestos cuidadosos, ni tu voz alegre.
Espero que pronto todo esto se acabe.
Espero que pronto podamos vernos de nuevo. Aprovecharemos entonces un paseo en la nieve, porque sé que te gusta, tranquilamente y sin el ruido monstruoso de los bombardeos.
Mientras tanto, cuídate. Un abrazo.

Yuri Olegov»

    Mykhaylo, temblando, guardó el sobre en el bolsillo de su uniforme militar. Inspiró profundamente, con lágrimas en los ojos. No, tampoco él podría olvidar a su amigo Yuri, quien le había dado la esperanza de que un día los seres humanos podrían ser suficientemente inteligentes para acabar de matarse entre ellos.
...
La guerra había terminado hacía ya dos meses. Mykhaylo se encontraba en un tren, en dirección a Moscú. Había encontrado la dirección de Yuri en Internet. Cuando llamó al timbre del edificio en la avenida Sretensky, su corazón empezó a latir con fuerza.

«— Mykhaylo», dijo solamente Yuri cuando abrió la puerta. Y se abrazaron allí, como una prueba viva que la amistad es siempre más verdadera que el odio.

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