Aprovechando que hoy, miércoles, 12 de octubre de 2022, es el Día de la Hispanidad, un día muy bonito para la comunidad hispanohablante que formamos más de quinientos millones de personas en todo el mundo, hemos querido celebrar un acto de homenaje y, a la vez, un acto-sorpresa.
Decimos "homenaje" porque no hay mejor manera de festejar una lengua que entregar un premio a las personas que saben utilizarla mejor, con fines artísticos y creativos.
Y decimos "sorpresa", porque en esta última convocatoria, ya pasada, de junio de 2022, dos alumnas y un alumno de la SIE de Lyon han ganado el premio "Dale voz a tu pluma" que cada curso convoca la Consejería de Educación de la Embajada de España, con sede en París, y en el que participan todos los alumnos de las secciones internacionales de español en Francia.
Los y las ganadores/as estaban muy emocionados con su premio y son:
- Laian Parralejo, alumno de Terminale en el curso 21-22 y ahora en Maastricht, donde realiza sus estudios universitarios.
- Sarah Balloul, alumna de Troisième en 21-22 y ahora en Seconde.
- Alodia Denormandie, alumna de Cinquième en 21-22 y ahora en Quatrième.
A todos ellos, nuestra más sincera enhorabuena por su excelente participación y por su éxito.
Agradecemos también desde aquí al equipo directivo de la CSI de Lyon, y en particular a M. Di Donfrancesco, principal adjoint du collège, su presencia en el acto de entrega de premios y su apoyo a nuestra tarea educativa.
Y os dejamos aquí unas fotos de recuerdo. Que las disfrutéis.
Y ya sabéis. Os esperamos en la próxima convocatoria del premio "Dale voz a tu pluma". ¡Tenemos que dar a conocer todo el talento que tenemos en la Section Espagnole de la CSI de Gerland!
- Entrega de premio y lectura del cuento de Alodia Denormandie (en las fotos, con sus compañeros de clase de 4º-ESP) (entrega el premio - M. Di Donfrancesco, principal adjoint du collège):
El cuento de Alodia:
EL REGALO DEL MANZANO
Olivia subió sobre su bicicleta, dijo adiós a sus padres y se fue por el camino del bosque.
Después de quince minutos de ruta, Olivia veía a lo lejos su bello manzano. Ese manzano es el centro del bosque, un árbol maravilloso que tenía manzanas rojas y dulces en otoño. Era en realidad su amigo y al que veía cada mañana y cada tarde.
Dejó su bicicleta en la hierba verde y húmeda; pero, de pronto, al levantar la vista, Olivia vio un objeto apoyado sobre el viejo tronco del manzano. Se acercó lentamente y susurró: "¿Un violonchelo?", y sí, lo que veía apoyado sobre el tronco era un violoncello. Se quedó quieta a admirarlo.
El violoncelo era grande y la madera era lisa, de color ocre. El arco al lado era del mismo color que la madera, pero con detalles dorados sobre el mango y la crin rubia del caballo tensada.
Olivia era una chica curiosa y se acercó, los ojos muy abiertos. Cogió el arco y el violonchelo.
Se sentó sobre una roca sombría y comenzó a frotar el arco sobre una cuerda.
- Un do, susurró Olivia.
- Un sol, susurró de nuevo.
- Un re, dijo más fuerte.
- ¡Un la! ¡Do, sol, re y la! -gritó emocionada.
Pero nadie aplaudió. Le hubiera gustado que su profe de música del cole estuviera allí para poder demostrarle que se sabía las notas.
Olivia cogió una manzana, le dio un mordisco y se fue con su bicicleta, feliz de lo que había descubierto.
Al llegar al cole, Olivia estaba decidida a apuntarse a las horas extras de música propuestas por su cole, donde podría aprender a tocar el violonchelo.
Después de las clases, Olivia cogió el camino y, al pasar delante del manzano, le dio mucha pena dejar ese violonchelo que le había motivado para música. Entonces, bajó, lo cogió con el arco, y continuó su ruta a pie empujando su bicicleta con la otra mano.
Al llegar a casa, Olivia se fue corriendo a su cuarto con el violonchelo en la mano. Sacó de su mochila una canción que se llamaba “ Au clair de la lune “ . Su profesor le había enseñado como leer las notas y a tocar esta partitura.
Olivia se instaló sobre una silla y comenzó a tocar. El sonido que salía del instrumento era suave y melódico: ¡una verdadera violonchelista!
Durante cinco años Olivia continuó a asistir a sus clases de la música y llevarse a todas partes su violonchelo. Pero ahora, tenía que profundizar sus estudios de música. También, echaba mucho de menos a su manzano porque ahora, tenía su pequeño apartamento que estaba en el centro de la ciudad y no en el campo.
Un día, la madre de Olivia la llamó y le dijo que su tío Tom iba a cenar esa tarde a casa de sus padres y que le encantaría que ella estuviera también. Olivia estaba encantaba porque Tom era músico, así que le podría dar información para sus estudios.
Olivia llegó a casa de sus padres y les contó sus planes para el futuro, y que quería ser una violonchelista profesional. Ellos no estaban muy convencidos.
Tom llamó a la puerta y el padre de Olivia fue a abrir. Se instalaron en la sala de estar.
Después de un buen rato de charla Tom dijo que había previsto un concierto, pero que le faltaba a alguien que hiciera un solo en el concierto.
- ¡Yo! -gritó Olivia.
- ¿Tú? -contestaron todos a la vez.
- ¡Sí, llevo cinco años dando clases de violonchelo en el cole! Quise decíroslo, pero siempre estabais ocupados -dijo Olivia.
- Lo siento, entre que tu padre y yo trabajábamos hasta muy tarde, no me he ocupado mucho de ti -contestó su madre.
- Olivia, mis alumnos tienen un nivel muy alto y exigente -dijo Tom.
Olivia se calló y asintió con la cabeza.
Después de la cena, hablaron un poquito, pero Tom tenía que irse.
- ¡Espera! Gritó Olivia bajando la escalera a toda prisa con su violonchelo.
Olivia se instaló en una silla y cogió el arco; lo posó sobre la cuerda y, dejó que el violonchelo hablase por ella, con una melodía magnífica. Su postura, su expresión y su delicadeza eran perfectas.
Tom se quedó boquiabierto, y sus padres tenían lágrimas que acariciaban sus mejillas.
Olivia participó en muchos conciertos e incluso compuso una canción: se convirtió en una reconocida violonchelista con talento.
El manzano le regaló su destino.
Entrega de premio a Sarah Balloul (en las fotos, con sus compañeros de clase de 2-SI-ESP):
Samantha Esparragoza: - ¡Nos encanta el español!
El cuento de Sarah
NUESTRA ESENCIA HUMANA EN EL CAOS
El frío había despertado a Mykhaylo, que se había quedado dormido en la nieve espesa de la zanja del Este. Se levantó de un salto y verificó el estado de sus seis pacientes. Todavía no se había acostumbrado a su nuevo oficio de cirujano voluntario en el ejército ucranio.
El coronel le había prohibido terminantemente salir de la zanja excepto en caso de emergencia o si el relevo llegaba. Sin embargo, Mykhaylo no podía quedarse en un lugar fijo. Sus pacientes no estaban en peligro de muerte inmediata, y podía contar con su enfermero, así que decidió pasearse un poco. Apenas había recorrido algunos metros cuando oyó un lamento. Acercándose al hombre herido, pudo distinguir claramente las palabras que decía en ruso: «Oh, por favor, sean humanos, hermanos, salven mi vida o terminen con ella ahora». ¿Un soldado ruso? ¿Un espía, un explorador? Mykhaylo no pudo responder a su pregunta, porque ya estaba bastante ocupado en llevarlo cargando hasta su tienda-hospital. No se lo había planteado dos veces: este hombre herido en la nieve moriría en menos de dos horas si no lo rescataba. Cargando al soldado ruso, Mykhaylo entró en su tienda. Le proporcionó un fuerte sedante y
empezó a ocuparse de él como hacía con todos sus otros pacientes.
— Ah, veo que tienes un nuevo paciente, observó más tarde el teniente Andriy. Esta noche fue bastante calma en la zanja. Járkov, sin embargo, fue bombardeada por aviones. Uno se estrelló cerca de aquí. Creo que el piloto ha muerto. De todos modos, si no, lo mataré yo mismo. Mi querido padre ha muerto a causa de estos malditos rusos.
Mykhaylo no pudo reprimir un escalofrío. Había relacionado enseguida su nuevo paciente ruso con el piloto que el teniente Andriy amenazaba. Se dio cuenta del peligro que corría al acoger a su enemigo. No obstante, no podía dejarlo morir cruzándose de brazos. Por tanto, decidió no compartir con nadie la identidad del soldado enemigo.
Pasó un día, en el que Mykhaylo esperaba que su paciente se despertara. Por fin, cuando abrió sus ojos, el ruso parecía tenso al descubrir que se encontraba en el campamento enemigo. Sin embargo, llamó a su salvador.
— Me llamo Yuri, explicó el soldado a Mykhaylo. Soldado de la décima división, del cuarto ejército aéreo del Cáucaso Norte. Te agradezco haberme salvado la vida, continuó. Pero creo que no soy el bienvenido aquí.
Intentó levantarse, pero como suponía Mykhaylo, no tenía fuerzas todavía para hacerlo.
—No te preocupes, Yuri. No te delataré mientras estés convaleciente. Mi deber es curar a la gente que lo necesite. El tuyo es matar a civiles inocentes, pero no te guardo rencor, ya que de todos modos no tienes escapatoria.
Yuri no dijo nada, aunque se veía que estaba de acuerdo. Tal vez el orgullo no le permitía decir su opinión abiertamente.
— También sé que si hubieras tenido fuerzas para matarme el día que te salvé, lo habrías hecho, dijo el cirujano. Pero ahora, no te atreverás a hacerlo, ya que tienes una deuda hacia mí. Solo quiero que reflexiones.
— Médico como te llames …
— Mykhaylo, cirujano de la quinta división, del undécimo ejército de tierra.
— Mykhaylo entonces, ¿sabes que intento no reflexionar desde hace varios meses? Si lo hago, la culpabilidad me roería.
— Ya lo sé. Y puede que sea el caso de todos tus camaradas y de los míos.
— Sí. Por eso se dice que la guerra es absurda.
— Estoy de acuerdo contigo.
Después de un corto silencio, Yuri sonrió:
— ¿Sabes?, tengo un primo que se llama Mykhaylo. Me gusta tu nombre, y más ahora que te conozco.
El cirujano sonrió a su vez, pero no respondió. Miraba a su paciente con una curiosidad mal disimulada. Terminó sin embargo por hablar:
— ¿Cómo puedes continuar matando a tanta gente? Yo estoy convencido de que hago lo mejor. ¿Pero tú?
— Yo también estaba convencido de hacer lo mejor, respondió el piloto. La información que el gobierno ruso divulga en las redes de telecomunicación no tiene nada que ver con la realidad... Y creo que no hay vuelta atrás.
Mykhaylo se quedó mudo. Podía entender lo que le explicaba Yuri, pero las palabras anteriormente dichas resonaron en su mente: «La guerra es absurda». Y no podía decir lo contrario.
Yuri se recostó en su lecho y no tardó en dormir. Los días siguientes, no hablaron mucho. Mykhaylo se ocupaba de él y Yuri se lo agradecía.
Después de un mes de convalecencia, Mykhaylo descubrió la cama de Yuri vacía. Tristemente, arregló las sábanas. Sospechaba que su amigo ya se había ido, y tal vez ya no lo vería. Sin embargo, un sobre con su nombre cayó del colchón. Lo abrió apresuradamente. Contenía una foto de Yuri más joven y una carta doblada en dos:
«Mykhaylo,
Con inmensa tristeza te abandono esta mañana.
Fuiste un amigo auténtico y bondadoso.
Te agradezco haberme salvado la vida más de lo que puedes creer.
Nunca olvidaré tus gestos cuidadosos, ni tu voz alegre.
Espero que pronto todo esto se acabe.
Espero que pronto podamos vernos de nuevo. Aprovecharemos entonces un paseo en la nieve, porque sé que te gusta, tranquilamente y sin el ruido monstruoso de los bombardeos.
Mientras tanto, cuídate. Un abrazo.
Yuri Olegov»
Mykhaylo, temblando, guardó el sobre en el bolsillo de su uniforme militar. Inspiró profundamente, con lágrimas en los ojos. No, tampoco él podría olvidar a su amigo Yuri, quien le había dado la esperanza de que un día los seres humanos podrían ser suficientemente inteligentes para acabar de matarse entre ellos.
...
La guerra había terminado hacía ya dos meses. Mykhaylo se encontraba en un tren, en dirección a Moscú. Había encontrado la dirección de Yuri en Internet. Cuando llamó al timbre del edificio en la avenida Sretensky, su corazón empezó a latir con fuerza.
«— Mykhaylo», dijo solamente Yuri cuando abrió la puerta. Y se abrazaron allí, como una prueba viva que la amistad es siempre más verdadera que el odio.
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