sábado, 25 de noviembre de 2017

La emotiva sencillez de un calzado: Las desiertas abarcas.

Encontré hace mucho tiempo en la poesía una voz nueva que me permitía hablar sin hacer ruido, pero con garra. Y si eso me ocurrió fue porque, anteriormente, muchos habían sido los afortunados que habían encontrado en los versos su mejor forma de queja, voz y palabra, como es el caso de Miguel Hernández. Él, que incluyó en su poesía el amor y la justicia, que hizo de su vida verso. Al fin y al cabo la poesía es eso, ¿no? Hacer la vida verso, belleza, historia digna de ser contada. 

Bien es cierto que su vida no tuvo comienzos fáciles, pero tampoco esto fue eludido en su producción, y es lo que presento aquí: Las desiertas abarcas. Nos encontramos ante un poema publicado por primera vez el doce de enero de mil novecientos treinta y siete que, sin ser una de sus mejores composiciones, cuenta una historia en círculo, la tristeza repetida  cada año el 6 de enero, en el que su  humilde calzado cabrero amanecía igual a cómo lo había dejado la noche anterior, es decir, vacío, sin acompañamiento de regalos; unas abarcas rotas que contrastan con el calzado de la gente adinerada. Además, nos permite conocer a un hombre que siempre conoció el frío, la pobreza y la pena; un hombre que de manera solidaria anhelaba la felicidad universal 

Las desiertas abarcas.

Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
-
Y encontraba los días
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
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Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
-
Me vistió la pobreza,
me lamio el cuerpo el río
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.
-
Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.
-
Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.
-
Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
-
Toda gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.
-
Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y unos hombres de miel.
-
Por el cinco de enero
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.
-
Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.

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