Mi objetivo es plantear -no resolver- si el cambio digital es tan importante como dicen, si se puede hablar en serio de "revolución", "cambio de paradigma", "nuevo modelo de pensamiento"...
En la historia de la humanidad ha habido grandes revoluciones que han transformado mentalidades y costumbres.
- El Neolítico trajo la agricultura, el sedentarismo, el trabajo con el metal, la bidepestación y la mano exenta capaz de empuñar herramientas progresivamente perfeccionadas. La invención de la rueda y el dominio del fuego hicieron progresar la hominización. Y con la invención de la escritura comenzó la Historia.
- La revolución científica y la imprenta fundaron la modernidad. Cuando Colón descubrió América muchas cosas cambiaron, murieron muchas supersticiones. La Tierra dejó de ser plana, las mentes también. Galileo, Copérnico, Descartes, Newton, Darwin... Con ellos nació la Luz de la Razón. Un Nuevo Mundo para explorar. El invento de Gutenberg democratizó la cultura multiplicando la alfabetización.
Y el hombre creyó en sí mismo.
- Llegó la Revolución Francesa. Liberté, égalité, fraternité. Final del feudalismo y del Antiguo Régimen. Dejamos de ser súbditos para convertirnos en ciudadanos.
Y creímos en el Progreso.
- La revolución industrial trajo avances indiscutibles: la máquina de vapor, el telar mecánico, la producción en serie, el automóvil... Prosperaron comercio y capital, se enriquecieron las metrópolis con el látigo sobre las colonias, en las ciudades se hacinaba un lumpenproletariat más numeroso cada día. Crecieron el descontento, la explotación, las guerras, las enfermedades...
Y volvimos a las cavernas.
Del Infierno fuimos saliendo con sindicalismo y derechos para todos. Democracia y elecciones. Sufragismo y huelga general.
Y un montón de mártires por el camino.
- Tras el crack del 29 y la crisis del 73, la del petróleo, la era postindustrial nos trajo el ordenador, las redes, Internet, los blogs...
Cambio digital. ¿Revolución de alcance planetario? ¿Transformación del modo de hacer, vivir, pensar? ¿Comparable a la romanización, al cristianismo, a la tecnología aerospacial o la investigación genética? ¿Aventura definitiva de la humanidad?
Desde luego es evidente su importancia. El hipertexto emula al cerebro, que no trabaja secuencialmente, sino por interconexión o asociación de ideas. Acceso aleatorio a la información, funcionamiento sináptico, alta velocidad. Permite además la indexación no jerárquica de ideas, imposible para el organismo humano.
Si el texto lineal impone una dirección única de sentido, el hipertexto propone diversas versiones o lecturas. Da libertad al lector convirtiéndolo en navegante. Interactividad. Hoy la cultura es más cuestión de aguja de marear que de saber.
El hipertexto permite itinerarios de lectura personales, irrepetibles. Cada navegación es una experiencia que puede llevar a puertos diferentes. Arborescente, asociativo, no lineal, multidimensionista, el hipertexto es metáfora pura. Sin principio ni fin, dinámico y retroactivo, se ha convertido en símbolo y altar de los dioses posmodernos.
Si la modernidad, expresada por la letra impresa, se definía bajo los principios de orden, simplificación y univocidad de sentido, la posmodernidad, con su orgía de pantallas, vínculos y azar, se reconoce bajo el paradigma de la complejidad. El principio termodinámico de entropía, según el cual en los sistemas se produce una inevitable degradación de energía que impone el caos -y no el orden- como estado más probable de las cosas.
El teatro del absurdo tenía razón: el texto virtual, como el vital, no es aristotélico. ¡Abajo la temporalidad y la causalidad! ¡Mueran Planteamiento, Nudo y Desenlace! ¡Biban Sinorden, Niconcierto!
Contra el imperativo secuencial del texto escrito, antes de la llegada del hipertexto, se habían alzado algunas voces:
- los enciclopedistas del XVIII, con su obsesión por el saber cíclico;
- Joyce, en el Ulysses (1922) y Finnegan's Wake (1939);
- Theodor Holm Nelson, creador en 1965 del término hipertexto, con Xanadú, una red mundial hipertextualiza que él llamaba docuverso;
- Wittgenstein, en las Investigaciones filosóficas, y sus párrafos enlazados con números, en lugar de nexos. Quería cambiar el libro por el álbum, saltar libremente de una idea a otra sin forzar el pensamiento en la dirección impuesta por el papel.
- Rayuela (1966), novela de lectura múltiple de Julio Cortázar;
- Borges y su biblioteca de Babel.
- la literatura combinatoria del Oulipo (Ouvroir de Littérature Potentielle), de Raymond Queneau e Ítalo Calvino;
- el posestructuralismo: Roland Barthes y la plurisignificación, Derrida "el deconstructor", Foucault, W. Iser y la teoría de la recepción, la "opera aperta" de U. Eco...
Es cierto que la hipertextualidad ha supuesto el fin de la perspectiva única, la defunción del unitarismo. Los weblogs, con su subjetividad radical, con su visión cuántica de la vida y su virtualidad, se han convertido en una subred fascinante. Son por ahora el último episodio de la multiplicación de los panes y los peces hermenéuticos. (Bueno, ahora se dice heurísticos). Las bitácoras han dado voz -e influencia- a quienes no la tenían y, sobre todo, se la han quitado a quienes tenían demasiada: los grandes conglomerados comunicacionales. O al menos, les han hecho bajar el volumen. Salir a la caza del lector, ya que no a la caza de brujas. A la repesca. Los blogs han democratizado el imperio de la opulencia comunicacional...
Pero también es cierto que la hipertextualidad nos ha enfrentado a una pérdida de sentido ante la que sentimos terror. Navegar es el arte de ignorar lo que uno quiere hasta que lo encuentra. A pesar de sus grandes ventajas, con el hipertexto hay grandes posibilidades de perderse en un entorno desconocido. En el océano inconmensurable de las redes las voces tienden a confundirse con los ecos. Las noticias con los bulos. Las opiniones se han desjerarquizado y la red iguala el argumento y el exabrupto. El lenguaje cercenado de los SMS se está convirtiendo en estándar de lengua escrita.
Es la paradoja de la comunicación. Cuanto más orientados, más desorientados. Estamos indefensos ante los cantos de sirenas. El cambio perpetuo nos asusta, la interpretación sin fin: Hasta el infinito y... ¿más allá? Necesitamos seguridad, un bastón donde apoyarnos. El nuevo Colón que descubra que, al final del camino, no aguarda el precipicio.
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