La diplomacia, compañera de la política, es un mundo de sutilezas y complejidades que a los que no somos del gremio nos resulta difícil de entender.
Hay varias citas inteligentes sobre la diplomacia. Por ejemplo, la que afirma:
"El silencio es el no de los reyes".
O la que asegura:
"La guerra es el fracaso de la diplomacia".
La primera hace alusión a que siempre hay que saber interpretar las palabras (y los silencios) de los poderosos: no solo lo que dicen y cómo lo dicen, sino también lo que callan.
La segunda es valorativa, puesto que aunque ser diplomático suponga andarse con enredos, sutilezas y hasta mentiras, siempre es eso mucho mejor que la violencia desatada que suponen las guerras, cuyas consecuencias son siempre catastróficas. De manera que la diplomacia sería, cuando menos, un mal necesario.
En el mundo de la diplomacia hay algunos nombres que brillan internacionalmente: el primero, es Maquiavelo, autor de El príncipe. El segundo, el autor chino Sun Tze, autor de El arte de la guerra. Y el tercero, el francés Voltaire.
Nicolás Maquiavelo (1469-1527), que fue diplomático representando a su ciudad-estado natal, Florencia, que viajó por muchos países en cumplimiento de las obligaciones de su cargo y que vio muchas cosas en el desempeño del mismo, se hizo famoso porque en su obra defendió la famosa expresión:
"El fin justifica los medios".
Su tratado El príncipe era un manual "ad usum Delphini", para educar a los futuros gobernantes, y allí deja claro el florentino que, con tal de salirse con la suya, el príncipe está autorizado a hacer lo que sea. Lo importante no es participar, sino ganar. No es de extrañar que sobre el nombre de este autor se haya creado el adjetivo "maquiavélico" para designar a alguien frío, calculador, implacable.
En la línea de Maquiavelo, el autor chino Sun Tze escribió, en el siglo V a. de C., un breve manual que ha hecho gran fortuna en el mundo de hoy entre ejecutivos y gobernantes: El arte de la guerra. En esta obra se defiende que hay que observar al enemigo, estudiarlo para, finalmente, aplastarlo. Ganar es lo que cuenta. Todo se sacrifica a ese objetivo.
El astuto
Voltaire perteneció al mundo de los privilegiados, de los ilustres ilustrados que formaban parte de la élite dominante. Él también trató con príncipes, cardenales y poderosos del mundo entero. Ferozmente anticlerical, partidario de la democracia, sus obras se caracterizan por su ironía y por su crítica social subversiva, lo que le produjo más de un disgusto. Una de sus frases más famosas es la que dice:
"Cuando
un diplomático dice sí, quiere decir «quizá»; cuando
dice quizá, quiere decir «no»; si
dice no, no es un diplomático."
En fin, como vemos, resulta complejo manejarse en un mundo como el de la diplomacia, que podríamos definir como el dominio de las inteligencias y el diálogo de las poli-interpretaciones.
Y por cierto, Voltaire continuó su cita con un comentario más bien machista, pues sobre el modelo de lo que afirmaba para la diplomacia, estableció un paralelismo con las damas:
"Cuando
una dama dice no, quiere decir «quizá»; cuando
dice quizá, quiere decir «sí»; si
dice sí, no es una dama."
Y es que todos somos hijos de nuestro tiempo, de su ideología y sus prejuicios. Incluso los más listos. Aquí, Voltaire se deja llevar por la larga tradición de literatura misógina, que considera a las mujeres libertinas y volubles, seres débiles, caprichosos e indignos de confianza.
"Aliquando dormitat bonus Homerus".