Lo prometido es deuda. He aquí el primer texto escrito, a manera de saludo, para
Letr@herida, el blog del Departamento de Lengua Española y Literatura del IES
Avempace, al que, alegre y contento, me acabo de incorporar.
Tras una breve reunión matinal, caminando hacia mi casa, iba yo pensando en algo de lo que escribir. La solución la encontré dejándome llevar por lo que esas dos palabras (Letra Herida) me evocaran. Letra Herida. Esritura y dolor. Ya el dibujito que adorna el blog (de sospehoso parecido con los motivos infantiles del Rojo oscuro de Darío Argento) resulta tremendamente sugerente al identificar la terrible relación que existe entre la letra y la sangre (o la muerte). Así las cosas, obviada la sobada y desgastada idea de que leer amplia horizontes, enriquece la vida y hace confraternizar a los hombres, podemos encontrarnos cara a cara con ese abismo en el que el texto es rito, norma e incluso pretexto para ejecución o vilipendio. Tal que en un cuento de Lovecraft, junto a los coloridos libros que habitan los estantes de las juveniles bibliotecas, sería perversamente divertido hallar un ejemplar del Martillo de las brujas de Heinrich Kramer y Jacob Sprenger o de Mi lucha de Adolf Hitler, textos que, por el contrario a lo que nuestra profiláctica y superchilerendi sociedad vende, han servido para alentar y justificar horrores inquisitoriales y holocaústicos infiernos. Letra y herida, indisolublemente unidas, como la imborrable cicatriz que permanece en la carne del esclavo cuando a fuego se le marca.
Uno de los primeros libros que recuerdo haber leído, y que al alcance de la mano aún tengo mientras esribo estas líneas, es El pirata Garrapata de Juan Muñoz Martín. Para mí, El pirata Garrapata es una obra maestra, pues gracias a ella comenzó mi amor por lo libresco. Sí, años, muchos años más tarde, fui descubriendo a otros autores a los que idolatro (Miguel de Cervantes, Luis de Góngora, el Marqués de Sade, Antonio Muñoz Molina, Federico García Loca, Juan Rulfo, Stephen King, Tolkien y un tal Anónimo que ha escrito textos impagables como la Epopeya de Gilgamesh, el Cantar de Mio Cid o mi tan querido Lazarilo de Tormes), pero siempre he sentido una simpatía especial por el antes citado Lovecraft, pues gracias a él descubrí que los libros no sólo servían para alcanzar la libertad, sino que ellos podían ser los culpables directos de la locura, la muerte e incluso el advenimiento (y esto es lo peor de todo) de los horrores cósmicos. Sí, queridos amigos, la letra y la herida son dos palabras que, aunque apriorísticamente resulten antagónicas, cabalgan juntas como las quijotescas armas y letras. Los libros pueden ser bonitos, pero también pueden ser oscuras puertas hacia dolores tan legendarios como los imaginados por Clive Barker en Hellraiser. Conocer no siempre es una agradable caricia. Pero no nos pongamos existencialistas, y terminemos, en plan festivo e intrascendente, recomendando unas cuantas peliculillas que, de una u otra manera, han abordado desde diversos puntos de vista lo que aquí he sugerido (tratarlo sería labor de tesis):
Lecturas diabólicas (Tibor Tákacs, 1989): un pequeño clásico del cine de terror de serie B de finales de los 80. Hoy por hoy, de Tákacs apenas se sabe nada, pero en aquella década de oro fue uno de esos interesantes valores. La puerta, otra de sus películas, es, según los entendidos, su mejor obra, pero a mí me gusta mucho más ésta, que vi en el cine Goya (hoy ya desaparecido) cuando era un chaval.
El libro negro (Paul Verhoeven, 2006): una película de nazis rodada por Verhoeven (Robocop, Instinto básico, El hombre sin sombra) tras abandonar Hollywood. El autor de Showgirls recupera el sabor europeo de sus primeras películas en este regalo para los seguidores de su cine (entre los que me encuentro) desde sus espléndidos comienzos (Delicias turcas, El cuarto hombre, Los señores del acero).
En la boca del miedo (John Carpenter, 1995): el tío John ya había adaptado libremente a Lovecraft en La cosa (léase En las montañas de la locura y establezca el sagaz lector los pertinentes paralelismos), si bien era ésta al mismo tiempo una nueva versión del clásico de Christian Nyby producido por Howard Hawks: El enigma de otro mundo. Dicen que En la boca del miedo es el homenaje de Carpenter al maestro de Providence. A mí me parece que no es de sus mejores películas, pero, ¡ojo!, Carpenter es Carpenter.
La novena puerta (Roman Polanski, 1999): y, para finalizar, un Polanski, adaptando en esta ocasión una magnífica novela de Arturo Pérez Reverte (El club Dumas), directamente relacionada con el tema de este carpetovetónico articulillo. Enrique Urbizu, guionista de la película, solía meterse bastante, en sus clases de cine en la Universidad de Carlos III de Madrid, con los cambios que hizo Polanski en su guión. A pesar de ello, la versión de Polanski me gusta mucho. También me gusta más su cine que el de Urbizu.
Y, por hoy, eso es todo, amigos.