Según cuenta
Esopo, el famoso fabulista griego,
Zeus proporcionó a cada hombre una
alforja. Una de las bolsas de la alforja, la que contiene los defectos del
prójimo, va colgada sobre el
pecho y, en consecuencia, por delante de los ojos. La otra bolsa, la que contiene nuestros propios defectos, va inevitablemente a la
espalda, fuera de la vista. Y esa es la razón de que veamos tan bien los defectos de los demás y tan mal nuestras propias carencias.
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