En las tragedias griegas siempre había aquello que se llamaba "
anagnórisis", el reconocimiento, cuando el padre reconocía como suyo al hijo perdido durante años y décadas. Así se mantenía el
orden social, pues aquel chico o chica que parecía noble, pero no lo era, porque era adoptado o adoptada, al final se descubría que sí lo era, pero que había sido robado en la cuna por unos
gitanos o por unos
piratas en un viaje marítimo terrible. Este esquema está en muchas obras, en
La ilustre fregona y
La gitanilla, novelas ejemplares de
Cervantes, por ejemplo. También está presente en
El perro del hortelano, donde un conde reconoce como su hijo perdido al criado
Teodoro del que se ha enamorado su señora, algo inaceptable si las cosas se dejaban así, claro, que no podía ser que una aristócrata y un plebeyo se enamorasen y casasen.
Todo esto era antes de lo de
Letizia y el
príncipe, por supuesto.
Bueno, pues hasta en
La guerra de las Galias, perdón, ...
de las Galaxias, ocurre esto de la
anagnórisis:
Lord Vater, o como se diga (que, con semejante nombre, no puede ser otra cosa que el malo), le dice al héroe,
Luke Skywalker (uséase, "
El afortunado que camina por el cielo", que ya tiene bemoles el mesiánico nombrecito de marras) la gran verdad:
"¡Soy tu padre!"
¡Ostras, Pedrín! El Skywalker se queda de piedra (¡No pué, ser, maño, quita p'allá!) Pero sí, es.
Y a partir de ahí, la parodia de este dibujo donde la humilde
cassette le recuerda al majestuoso MP3 cuáles son sus orígenes de ajo y pan. Ahí va:
En fin, cosas de la anagnórisis.
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