Como el cuerpo de un hombre
derrotado en la nieve,
con ese mismo invierno que hiela
las canciones
cuando la tarde cae en la radio de
un coche,
como los telegramas, como la voz
herida
que cruza los teléfonos nocturnos
igual que un faro cruza
por la melancolía de las barcas
en tierra,
como las dudas y las certidumbres,
como mi silueta en la ventana,
así duele una noche,
con ese mismo invierno de cuando
tú me faltas,
con esa misma nieve que me ha
dejado en blanco,
pues todo se me olvida
si tengo que aprender a recordarte
(Luis García Montero, “La ausencia es una forma de inverno”, del libro Almudena)
Yo te estaba esperando.
Más allá del invierno, en el cincuenta y ocho,
de la letra sin pulso y el verano
de mi primera carta,
por los pasillos lentos y el examen,
a través de los libros, de las tardes de fútbol,
de la flor que no quiso convertirse en almohada,
más allá del muchacho obligado a la luna,
por debajo de todo lo que amé,
yo te estaba esperando.
Yo te estoy esperando.
Por detrás de las noches y las calles,
de las hojas pisadas
y de las obras públicas
y de los comentarios de la gente,
por encima de todo lo que soy,
de algunos restaurantes a los que ya no vamos,
con más prisa que el tiempo que me huye,
más cerca de la luz y de la tierra,
yo te estoy esperando.
Y seguiré esperando.
Como los amarillos del otoño,
todavía palabra de amor ante el silencio,
cuando la piel se apague,
cuando el amor se abrace con la muerte
y se pongan más serias nuestras fotografías,
sobre el acantilado del recuerdo,
después que mi memoria se convierta en arena,
por detrás de la última mentira,
yo seguiré esperando.
(Luis García Montero, "Confesiones")
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