martes, 17 de octubre de 2023

Celebrando el Día de la Hispanidad 2023

Para celebrar el 12 de octubre de 2023, un día de encuentro de culturas, en la SIE de Lyon hemos entregado el premio de narrativa "Dale voz a tu pluma", convocado por la Consejería de Educación de España en París para los centros españoles en el país vecino, a nuestro alumnado ganador, entre los que se encuentra Aya Chouja, alumna de Seconde, que ha ganado el premio este año.

Desde aquí, nuestra más sincera felicitación.







UNA RUTA CONOCIDA

Abrí los ojos. Casi no podía moverme. Estaba encerrado en una especie de cubo en la que había colgados numerosos cuadros. Sabía que todos eran míos. De repente tenía la sensación de saberlo todo sobre la pintura, sobre mi vida ; pero, al mismo tiempo, sentía que era nuevo en este mundo a pesar de que todos me conocieran. Picasso, me llamaban.

    Poco a poco, ya podía andar sin necesidad de un bastón y mi piel se iba rejuveneciendo. Había una mujer que vivía conmigo. Me dijeron que se llamaba Ana y que estaba casado con ella, pero a mí eso me parecía extraño porque nunca nos hablábamos. Parecíamos desconocidos.

    Los días eran largos, aburridos, y yo contemplaba el mundo bajo el velo azul de la melancolía. El tiempo pasaba lento y yo seguía dibujando. Sin embargo, con los años, mis cuadros iban desapareciendo para siempre sin dejar rastro. Y a mi, no me importaba porque ya no los recordaba. Era como si nunca hubiesen existido.

    Con el transcurso del tiempo, sentía que Ana y yo estábamos cada vez más unidos. Ella cada vez era más guapa hasta convertirse en una joven mujer de piel blanca y ojos castaños. Su sonrisa era verdadera y estaba mucho más feliz. A veces discutíamos por nuestro hijo, que con los años se volvía más inmaduro. Cada vez hablaba menos y no hacía más que llorar. En tan solo unos meses perdió la capacidad para hablar y andar. Entonces, Ana y yo decidimos llevarle al hospital, donde en pocos días desaparece bajo la triste mirada de su madre.

    Tras la pérdida de nuestro hijo, Ana y yo nos fuimos distanciando. Yo quería centrarme en la pintura así que me fui a vivir a Barcelona. Allí, ingresé en una Academia de pintura donde me enseñaban las bases del dibujo. Me di cuenta de que mis cuadros eran de un nivel cada vez más bajo; aún así, yo tenía ganas de aprender y era el más respetado por los alumnos. Los profesores decían que tenía un gran talento, pero mi empeoramiento hizo que saliese de la Academia para irme a vivir con mis padres al sur de España.

    En Málaga, me sentía bien con mi familia, pero prefería estar solo o escuchar las canciones de los gitanos y ver las corridas de los toreros. Sentía que ese era el arte me representaba y que reflejaba en mis dibujos. Unos dibujos que eran cada vez más infantiles y menos profesionales. Tal vez es por eso por lo que ya no era conocido como Picasso, sino simplemente como Pablo.

    Un día dibujé “Picador”. Ese fue mi último dibujo oficial porque a partir de ese momento era incapaz de dibujar. Mis manos temblaban y mis ideas no eran claras. Me sentía perdido, confuso, porque mi vida era el arte pero no podía vivir para siempre.

    Poco a poco, ya no podía coger un lápiz, ni siquiera podía hablar ni expresar mis sentimientos

a través de la pintura, como hice toda mi vida. Sentí que me robaban algo en mi interior y yo no lo podía evitar. Así que solo lloré hasta desahogarme de todo lo que había aguantado durante 91 años de vida.

    Y un día me encuentro en el hospital, en compañía de una mujer que me llevaba en brazos hasta pasar el largo pasillo que llevaba a una puerta abierta de la que desprendía una cegadora luz blanca y prodigiosa. Una luz diferente. Una luz que iba a decidir mi destino. Entonces recordé que fuese donde fuese, el amor por la pintura iba a seguir en mi corazón para siempre. Pasamos la puerta y cierro los ojos.

    -¿Cuál es su nombre?

    -Pablo, Pablo Picasso.

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