lunes, 28 de agosto de 2017
"No tinc por", el lema contra el terrorismo
Estos días estamos oyendo mucho la expresión "No tinc por", "No tengo miedo", acuñada en Cataluña para luchar democráticamente contra el terrorismo.
Desde el punto de vista filológico, nos planteamos de dónde viene esa palabra, "por", que en español traducimos por "miedo". ¿De dónde viene la "p"?
Si pensamos en el francés, "peur", o en el italiano, "paúra", ya encontramos algún parentesco. Curiosidad: en francés, la palabras es femenina, "la peur". Una prueba más de la arbitrariedad del lenguaje, que decía el lingüista ginebrino Ferdinand de Saussure, autor del célebre Cours de linguistique générale y padre de la lingüística moderna, pues la atribución de género gramatical a los sustantivos abstractos es puramente convencional, se rige por el consenso lingüístico entre los hablantes de la misma lengua, no responde a ninguna necesidad intrínseca de la palabra.
Vayamos a los diccionarios etimológicos, a ver de dónde procede la famosa "p": la palabra catalana "por" aparece en el siglo XII y deriva del término latino pavor, -ōris, en catalán antiguo (todavía próximo al étimo original romano), paor, derivado del verbo latino pavēre 'temblar, estar asustado'. Ya más claro, ¿no?
Entonces, ¿por qué en castellano usamos "miedo" en vez de "pavor"? Volvemos al diccionario etimológico y hallamos que la palabra proviene del latín metus, miedo, y que es exclusiva del castellano y del gallego-portugués, medo, pues las otras lenguas romances usan el cultismo pavor, en lugar del étimo patrimonial metus.
La palabra ya aparecía en castellano en el Poema de Mio Cid, del siglo XII: "Non hayades miedo", "ovieron miedo", etc.
Como vocablos derivados de la palabra patrimonial miedo tenemos en castellano: amedrentar, medroso, miedoso...
Terminamos recordando la diferencia entre palabras cultas y palabras patrimoniales. Las primeras son las que presentan una forma similar a la latina, casi sin adaptación: álbum, referéndum. Las patrimoniales son aquellas que han adaptado su forma a las exigencias fonético-articulatorias de nuestra lengua: foliam > hoja. A veces, tenemos palabras cultas y patrimoniales que proceden del mismo étimo latino. Entonces se producen los llamados dobletes. Ej.: ministerium > ministerio (cultismo) y menester, mester (palabras patrimoniales).
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lunes, 21 de agosto de 2017
"Bolardo", una palabra tristemente de moda
En estos días tan duros, después de los terribles atentados de Barcelona y Cambrils, una palabra que oímos con frecuencia es "bolardo": hay que poner "bolardos" por aquí, hay que ponerlos por allá.
¿Y qué son los bolardos? Pues sencillamente, según la Wikipedia, son "los postes de pequeña altura, fabricados en piedra o en metal, ya sea aluminio fundido, acero inoxidable o hierro, que se anclan al suelo para impedir el paso o el aparcamiento a los vehículos".
Hasta ahora, formaban parte del mobiliario urbano y se usaban principalmente en hileras para evitar que los vehículos aparcaran en el espacio público en las aceras, o para que no penetraran en una zona peatonal. También había comercios que los instalaban ante sus escaparates debido al peligro de robo por "alunizaje".
Pero como la barbarie humana para ir en aumento, ahora son también los bloques de hormigón dispuestos en las zonas peatonales para evitar la entrada de vehículos a toda velocidad con intenciones terroristas.
Hasta ahora, existían algunos tipos de bolardos según su uso:
Fijos: empotrados directamente en el suelo.
Extraíbles: de quita y pon, para abrir o cerrar paso en determinadas zonas urbanas.
Retráctiles: Pueden ocultarse en el suelo mediante un mecanismo hidráulico y permitir así el acceso a la vía. Se usan por ejemplo para permitir el paso de taxis, autobuses y vehículos autorizados a determinadas zonas.
Antialunizaje: Especialmente diseñados para la protección de locales.
Iluminados: para facilitar su visibilización nocturna.
Vegetales: de intención ornamental, además de impedir el paso.
Ahora abría que añadir una nueva categoría: Antiterroristas: diseñados especialmente para evitar acciones de terror.
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sábado, 19 de agosto de 2017
El latín y la modernidad
Desgraciadamente, desde el punto de vista histórico, el latín se ha vinculado más a los movimientos regresivos que a los progresivos.
Me explicaré: en principio, el latín era la lengua de la Corte, no del pueblo, si bien los movimientos en favor de las lenguas romances vinieron también de la realeza. En España, Alfonso X el Sabio (siglo XIII) impuso el castellano como lengua de la cancillería. En Francia, por ejemplo, en 1539, el rey Francisco I impuso las ordenanzas de Villers-Cotterets que imponían el francés por delante de cualquier otra lengua.
En cuanto a la Iglesia, hay que recordar con qué denuedo luchó para que las Sagradas Escrituras no fueran traducidas a las lenguas romances, solo podía decirse la misa en latín, obligando al pueblo a repetir como los papagayos unas oraciones que no entendían. Es proverbial el caso de fray Luis de León, que fue a la cárcel cinco años por traducir al romance el Cantar de los Cantares, uno de los libros bíblicos. Erasmo de Rotterdam defendió que el pueblo debía acceder a los textos sagrados en la lengua que entendía, Lutero tradujo la Biblia al alemán, etc. Es decir, los disidentes y herejes son los que apostaron por las lenguas romances, frente al monopolio del latín y su interpretación, que se reservaban los clérigos. El Concilio de Trento, promovido por el emperador Carlos V, estableció un índice de libros prohibidos para mantener las cosas como estaban (o sea, en latín y entendidas por unos pocos privilegiados).
Por otro lado, en las ciencias también se mantenía el latín. Descartes, Newton, los sabios de las ciencias, la filosofía, las matemáticas..., tenían que publicar sus obras en latín. En el caso de los médicos, como vemos en obras como El médico a palos o El enfermo imaginario, de Molière, o Knock ou le triomphe de la médécine, de Jules Romains, tienen fama de matasanos, se ve que sabían mejor el latín que su oficio cirúrgico, eran unos charlatanes con ínfulas cultas que cobraban por dejar al enfermo peor de lo que estaba. Incluso Charles Perrault, en el cuento "Peau d'âne", "Piel de asno", se hace cargo de este tópico:
En definitiva, la enseñanza en latín se convirtió en un rasgo de antigüedad, de arcaísmo, de freno de la modernidad. Las nuevas ideas científicas y filosóficas tuvieron que abrirse paso haciéndole hueco a las lenguas vulgares, porque el latín se había convertido en el lenguaje oficial del conservadurismo y la reacción: la Iglesia, los escolásticos, los científicos anticuados son los que querían perpetuar su preeminencia.
Hoy día, que la modernidad parece consistir en cargarse las humanidades, y especialmente las lenguas y culturas clásicas, a los que somos amantes de las letras nos gustaría que en los sistemas educativos y en la sociedad hubiera más sitio para el latín. Pero durante muchos siglos fue al revés: era el latín el que cerraba el paso a la innovación.
Paradojas de la vida.
Bibliografía:
Me explicaré: en principio, el latín era la lengua de la Corte, no del pueblo, si bien los movimientos en favor de las lenguas romances vinieron también de la realeza. En España, Alfonso X el Sabio (siglo XIII) impuso el castellano como lengua de la cancillería. En Francia, por ejemplo, en 1539, el rey Francisco I impuso las ordenanzas de Villers-Cotterets que imponían el francés por delante de cualquier otra lengua.
En cuanto a la Iglesia, hay que recordar con qué denuedo luchó para que las Sagradas Escrituras no fueran traducidas a las lenguas romances, solo podía decirse la misa en latín, obligando al pueblo a repetir como los papagayos unas oraciones que no entendían. Es proverbial el caso de fray Luis de León, que fue a la cárcel cinco años por traducir al romance el Cantar de los Cantares, uno de los libros bíblicos. Erasmo de Rotterdam defendió que el pueblo debía acceder a los textos sagrados en la lengua que entendía, Lutero tradujo la Biblia al alemán, etc. Es decir, los disidentes y herejes son los que apostaron por las lenguas romances, frente al monopolio del latín y su interpretación, que se reservaban los clérigos. El Concilio de Trento, promovido por el emperador Carlos V, estableció un índice de libros prohibidos para mantener las cosas como estaban (o sea, en latín y entendidas por unos pocos privilegiados).
Por otro lado, en las ciencias también se mantenía el latín. Descartes, Newton, los sabios de las ciencias, la filosofía, las matemáticas..., tenían que publicar sus obras en latín. En el caso de los médicos, como vemos en obras como El médico a palos o El enfermo imaginario, de Molière, o Knock ou le triomphe de la médécine, de Jules Romains, tienen fama de matasanos, se ve que sabían mejor el latín que su oficio cirúrgico, eran unos charlatanes con ínfulas cultas que cobraban por dejar al enfermo peor de lo que estaba. Incluso Charles Perrault, en el cuento "Peau d'âne", "Piel de asno", se hace cargo de este tópico:
"Or le Ciel...
Permit qu'une âpre maladie
Tout à coup de la reine attaquât les beaux jours.
Partout on cherche du secours;
Mais ni la Faculté qui le grec étudie
Ni les charlatans ayant cours,
Ne purent tous ensemble arrêter l'incendie..."
("O el Cielo... / permite que una áspera enfermedad / de golpe ataque los bellos días de la reina. / Por todas partes se busca el socorro; / pero ni la Facultad que estudia el griego / ni los charlatanes con cursos / pudieron todos juntos parar aquel incendio")
En definitiva, la enseñanza en latín se convirtió en un rasgo de antigüedad, de arcaísmo, de freno de la modernidad. Las nuevas ideas científicas y filosóficas tuvieron que abrirse paso haciéndole hueco a las lenguas vulgares, porque el latín se había convertido en el lenguaje oficial del conservadurismo y la reacción: la Iglesia, los escolásticos, los científicos anticuados son los que querían perpetuar su preeminencia.
Hoy día, que la modernidad parece consistir en cargarse las humanidades, y especialmente las lenguas y culturas clásicas, a los que somos amantes de las letras nos gustaría que en los sistemas educativos y en la sociedad hubiera más sitio para el latín. Pero durante muchos siglos fue al revés: era el latín el que cerraba el paso a la innovación.
Paradojas de la vida.
Bibliografía:
- Titter, Jean-Louis, Histoire de la langue française. Paris, Ellipses, pp. 64-69.
"Le roman de Renart", por Bruno Heitz: un clásico de la literatura medieval en cómic
El cómic es una buena manera de acercarse al mundo del libro y de la lectura. Incluso a los clásicos, pues cada vez contamos con más adaptaciones (y de buena calidad) de los autores y obras que han marcado la historia literaria.
El libro que hoy vamos a comentar, en dos volúmenes, es una versión en cómic de una obra capital de la Edad Media, "Le roman de Renart". El dibujante Bruno Heitz hace una adaptación visual muy interesante que hace la obra apta para todos los públicos. Renart es un astuto zorro que trae de calle a todo el reino de Noble, el León, y que se burla continuamente de sus estúpidos cortesanos: el oso, el jabalí..., aunque estos sean mucho más fuertes que él. Su arma: la astucia. Su víctima favorita es su tío, el lobo Ysengrin, al que siempre engaña.
En fin, un fondo fabulístico que posiblemente proceda del Panchatantra hindú, como todas las fábulas occidentales, desde Esopo y Fedro hasta La Fontaine, Iriarte y Samaniego.
Una curiosidad: en francés antiguo, zorro se decía "goupil", pero el éxito del "goupil Renart" fue tan grande que, por antonomasia, empezó a darse el nombre propio Renart > renard a todos los zorros astutos. Así se consagró la palbra renard, zorro, en francés moderno y la otra, goupil, ha caído en el olvido.
Bibliografía:
El libro que hoy vamos a comentar, en dos volúmenes, es una versión en cómic de una obra capital de la Edad Media, "Le roman de Renart". El dibujante Bruno Heitz hace una adaptación visual muy interesante que hace la obra apta para todos los públicos. Renart es un astuto zorro que trae de calle a todo el reino de Noble, el León, y que se burla continuamente de sus estúpidos cortesanos: el oso, el jabalí..., aunque estos sean mucho más fuertes que él. Su arma: la astucia. Su víctima favorita es su tío, el lobo Ysengrin, al que siempre engaña.
En fin, un fondo fabulístico que posiblemente proceda del Panchatantra hindú, como todas las fábulas occidentales, desde Esopo y Fedro hasta La Fontaine, Iriarte y Samaniego.
Una curiosidad: en francés antiguo, zorro se decía "goupil", pero el éxito del "goupil Renart" fue tan grande que, por antonomasia, empezó a darse el nombre propio Renart > renard a todos los zorros astutos. Así se consagró la palbra renard, zorro, en francés moderno y la otra, goupil, ha caído en el olvido.
Bibliografía:
- Bruno Heitz, Le Roman de Renart. 1. Ysengrin. Paris, Gallimard Jeunesse, 2007.
- Bruno Heitz, Le Roman de Renart. 2. Sur les chemins. Paris, Gallimard Jeunesse, 2008.
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sábado, 12 de agosto de 2017
Sobre los orígenes del laicismo: Marsilio de Padua y Thomas Hobbes
Existe en España un Movimiento hacia un Estado Laico (Mhuel), uno de cuyos socios, Víctor María Moreno Bayona, ha escrito cosas muy interesantes acerca del origen de las concepciones laicas del poder político. Pueden verse en https://laicismo.org/2017/origenes-del-estado-laico/165622, por ejemplo, entre otros lugares.
En primer lugar, laicismo no es anticlericalismo ni ateísmo o irreligiosidad. El laicismo nace con la Revolución francesa y eclosiona con las revoluciones liberales. La Iglesia llegó a considerar al laicismo como "peste de nuestros tiempos", porque lo que pretendía era separar poder civil del religioso y, por supuesto, dar preponderancia al único poder legítimo, que es el del Estado, emanado del pueblo. Es decir, someter a la Iglesia al poder temporal. Algo intolerable.
Desde el punto de vista histórico, Marsilio de Padua (1274-1349), en El defensor de la paz, y Thomas Hobbes (1588-1679), en Leviatán, fueron los primeros pensadores en plantearlo, si bien en sus escritos no usan la palabra "laicismo". La argumentación de estos filósofos es que, haya el régimen que haya, monarquía o república, la comunidad política no surge por revelación divina, sino del pueblo decidido a unirse, lo cual quiere decir que el único principio válido de legislación es el poder civil, no el espiritual. Los curas solo deben enseñar su credo, y eso con permiso del Estado, pero sin pretender que su poder es primario u originario, al mismo nivel del poder político.
La construcción intelectual contraria que defiende la Iglesia es la existencia de dos poderes, uno temporal y otro espiritual. Esta idea partía de san Agustín de Hipona, en su Civitas Dei, Ciudad de Dios, donde pretendía nada menos que entre el poder del Papa y el del Emperador, el del primero tenía preeminencia. Rebajando un poco el tono, Guillermo de Ockham (1285-1347), filósofo nominalista, defendía el dualismo de poderes, pero insistía en la necesidad de una relación amistosa entre los dos poderes, el de la cruz y el de la espada, puestos en pie de igualdad y de legitimidad.
Pero Marsilio y Hobbes atacan este planteamiento y niegan poder a la Iglesia en el gobierno de las ciudades o en la reglamentación de la vida civil.
Marsilio decía que el poder del Papa y los obispos era una usurpación de jursidicción, una invasión de competencias y una insidiosa prevaricación.
Y Hobbes remachaba que el poder de los curas, aunque ellos lo llamen "derecho divino", no procede más que de una usurpación.
En definitiva: no hay que armonizar ambos poderes, sino que solo existe uno, el civil, al que deben supeditarse los demás, incluido el brazo eclesiástico. El fundamento del poder civil no es religioso, sino político. No nace de la revelación divina, sino del pueblo, de la soberanía popular. Los curas no pueden pretender ponerse en pie de igualdad con el Estado, ni mucho menos frenar la legislación civil (por ejemplo, a favor del divorcio, el aborto, la contracepción, los matrimonios mixtos, etc.) cuando esta contraviene sus creencias.
Hobbes y Marsilio concluían que el clero puede constituir un peligro para la paz y que había que controlar el uso que los sacerdotes hacían de la religión, ya que son parte del Estado y deben supeditarse a él.
Y gracias a Víctor María Moreno por la claridad de su exposición sobre el origen del laicismo.
En primer lugar, laicismo no es anticlericalismo ni ateísmo o irreligiosidad. El laicismo nace con la Revolución francesa y eclosiona con las revoluciones liberales. La Iglesia llegó a considerar al laicismo como "peste de nuestros tiempos", porque lo que pretendía era separar poder civil del religioso y, por supuesto, dar preponderancia al único poder legítimo, que es el del Estado, emanado del pueblo. Es decir, someter a la Iglesia al poder temporal. Algo intolerable.
Desde el punto de vista histórico, Marsilio de Padua (1274-1349), en El defensor de la paz, y Thomas Hobbes (1588-1679), en Leviatán, fueron los primeros pensadores en plantearlo, si bien en sus escritos no usan la palabra "laicismo". La argumentación de estos filósofos es que, haya el régimen que haya, monarquía o república, la comunidad política no surge por revelación divina, sino del pueblo decidido a unirse, lo cual quiere decir que el único principio válido de legislación es el poder civil, no el espiritual. Los curas solo deben enseñar su credo, y eso con permiso del Estado, pero sin pretender que su poder es primario u originario, al mismo nivel del poder político.
La construcción intelectual contraria que defiende la Iglesia es la existencia de dos poderes, uno temporal y otro espiritual. Esta idea partía de san Agustín de Hipona, en su Civitas Dei, Ciudad de Dios, donde pretendía nada menos que entre el poder del Papa y el del Emperador, el del primero tenía preeminencia. Rebajando un poco el tono, Guillermo de Ockham (1285-1347), filósofo nominalista, defendía el dualismo de poderes, pero insistía en la necesidad de una relación amistosa entre los dos poderes, el de la cruz y el de la espada, puestos en pie de igualdad y de legitimidad.
Pero Marsilio y Hobbes atacan este planteamiento y niegan poder a la Iglesia en el gobierno de las ciudades o en la reglamentación de la vida civil.
Marsilio decía que el poder del Papa y los obispos era una usurpación de jursidicción, una invasión de competencias y una insidiosa prevaricación.
Y Hobbes remachaba que el poder de los curas, aunque ellos lo llamen "derecho divino", no procede más que de una usurpación.
En definitiva: no hay que armonizar ambos poderes, sino que solo existe uno, el civil, al que deben supeditarse los demás, incluido el brazo eclesiástico. El fundamento del poder civil no es religioso, sino político. No nace de la revelación divina, sino del pueblo, de la soberanía popular. Los curas no pueden pretender ponerse en pie de igualdad con el Estado, ni mucho menos frenar la legislación civil (por ejemplo, a favor del divorcio, el aborto, la contracepción, los matrimonios mixtos, etc.) cuando esta contraviene sus creencias.
Hobbes y Marsilio concluían que el clero puede constituir un peligro para la paz y que había que controlar el uso que los sacerdotes hacían de la religión, ya que son parte del Estado y deben supeditarse a él.
Y gracias a Víctor María Moreno por la claridad de su exposición sobre el origen del laicismo.
lunes, 7 de agosto de 2017
Sonetos de Joaquín du Bellay
Joachim du Bellay (1522-1560) pertenecía a la rama pobre de una ilustre familia. Estudio con Ronsard en París, con los grandes maestros del humanismo. Su Defensa e ilustración de la lengua francesa (1549) se convirtió en el manifiesto del grupo de poetas de la Pléyade (Pléiade).
En 1553, acompañó a su primo, el cardenal y diplomático Jean du Bellay a Roma. Cuando regresó a Francia, publicó sus poemas del exilio romano: Antigüedades de Roma, Regrets (Pesares) y Juegos rústicos.
He aquí alguno de sus sonetos (Regrets, 1558). Aquí canta Du Bellay su nostalgia de exiliado y desea volver a su pueblo natal, a pesar de la grandeza de Roma, que cantó en su poemario anterior, Antiquités de Rome. Hay una alusión mitológica a Ulises, el héroe de la Odisea, un detalle este -las referencias mitológicas- muy característico del nuevo Renacimiento. El poeta desea, como el héroe griego, regresar al hogar:
Soneto XXXI – Feliz quien como Ulises…
Feliz quien, como Ulises, fin da a su travesía,
o como el argonauta que conquistó el toisón,
y de regreso, lleno de experiencia y razón,
entre los suyos vive el resto de sus días.
¡Ay! ¿Cuándo hacia mi aldea retornaré la vía?
(La chimenea espera, humeando), ¿en cuál sazón
veré otra vez las vallas de mi pobre mansión,
esa provincia íntima que a nada más se alía?
Me place más la casa que hicieron mis abuelos
que los audaces frontis en el romano suelo.
Me placen no los mármoles, sino pizarra fina.
Más mi Loira de los galos que el Tíber de latinos;
Más mi aldea, Liré, que el monte Palatino;
Más que el aire de mar, la dulzura angevina.
(Traducción de Juan Carlos Sánchez Sottosanto)
Sonnet XXXI – Heureux qui, comme Ulysse…
Heureux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage,
Ou comme cestuy-là qui conquit la toison,
Et puis est retourné, plein d’usage et raison,
Vivre entre ses parents le reste de son âge !
Quand reverrai-je, hélas, de mon petit village
Fumer la cheminée, et en quelle saison
Reverrai-je le clos de ma pauvre maison,
Qui m’est une province, et beaucoup davantage ?
Plus me plaît le séjour qu’ont bâti mes aïeux,
Que des palais Romains le front audacieux,
Plus que le marbre dur me plaît l’ardoise fine :
Plus mon Loir gaulois, que le Tibre latin,
Plus mon petit Liré, que le mont Palatin,
Et plus que l’air marin la doulceur angevine.
viernes, 4 de agosto de 2017
Las adivinanzas de Voltaire
Jean François Arouet, conocido universalmente como Voltaire, gran socarrón, filósofo, escritor, intelectual iconoclasta donde los haya, era un gran aficionado a las adivinanzas.
De adivinanzas ya hemos hablado en este blog en algunas ocasiones: la de Edipo, la de la reina de Saba a Salomón, la de Chéjov...
Podéis ver aquí nuestras entradas anteriores:
Copiamos aquí unos fragmentos de "Zadig", cuento oriental de Voltaire:
"El gran mago propuso primero esta cuestión:
-¿Cuál es, de todas las cosas del mundo, la más larga y la más corta, la más rauda y la más lenta, la más divisible y la más extensa, la más descuidada y la más lamentada, sin la que nada se puede hacer, que devora todo lo que es pequeño y que vivifica todo lo que es grande? (...)
Zadig dijo que era el tiempo.
-Nada es más largo -añadió-, puesto que es la medida de la eternidad; nada es más corto, puesto que falta en todos nuestros proyectos; nada es más lento para quien espera; nada es más rápido para quien lo goza; se extiende hasta el infinito de grande; se divide hasta el infinito de pequeño; todos los hombres lo descuidan, todos lamentan su pérdida; nada se hace sin él, hace olvidar todo lo que es indigno de la posteridad e inmortaliza las cosas grandes.
La asamblea convino en que Zadig tenía razón.
Luego preguntaron:
-¿Cuál es la cosa que se recibe sin agradecer, de la que se goza sin saber cómo, que se da a los otros cuando no se sabe dónde está, y que se pierde sin darse cuenta de ello?
Cada cual dijo su opinión. Sólo Zadig adivinó que era la vida. Explicó todos los demás enigmas con la misma facilidad."
(Voltaire, "Zadig", cap. XIX, en Cuentos. Micromegas. Zadig. Cándido. El toro blanco. Trad.: Mauro Armiño. Madrid, Akal, 1983, pp. 116 y 117).
De adivinanzas ya hemos hablado en este blog en algunas ocasiones: la de Edipo, la de la reina de Saba a Salomón, la de Chéjov...
Podéis ver aquí nuestras entradas anteriores:
- Adivinanzas en "Letr@herida", http://lenguavempace.blogspot.com.es/search/label/adivinanzas
Copiamos aquí unos fragmentos de "Zadig", cuento oriental de Voltaire:
"El gran mago propuso primero esta cuestión:
-¿Cuál es, de todas las cosas del mundo, la más larga y la más corta, la más rauda y la más lenta, la más divisible y la más extensa, la más descuidada y la más lamentada, sin la que nada se puede hacer, que devora todo lo que es pequeño y que vivifica todo lo que es grande? (...)
Zadig dijo que era el tiempo.
-Nada es más largo -añadió-, puesto que es la medida de la eternidad; nada es más corto, puesto que falta en todos nuestros proyectos; nada es más lento para quien espera; nada es más rápido para quien lo goza; se extiende hasta el infinito de grande; se divide hasta el infinito de pequeño; todos los hombres lo descuidan, todos lamentan su pérdida; nada se hace sin él, hace olvidar todo lo que es indigno de la posteridad e inmortaliza las cosas grandes.
La asamblea convino en que Zadig tenía razón.
Luego preguntaron:
-¿Cuál es la cosa que se recibe sin agradecer, de la que se goza sin saber cómo, que se da a los otros cuando no se sabe dónde está, y que se pierde sin darse cuenta de ello?
Cada cual dijo su opinión. Sólo Zadig adivinó que era la vida. Explicó todos los demás enigmas con la misma facilidad."
(Voltaire, "Zadig", cap. XIX, en Cuentos. Micromegas. Zadig. Cándido. El toro blanco. Trad.: Mauro Armiño. Madrid, Akal, 1983, pp. 116 y 117).
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