Una de las características más destacadas del carácter maño es, para bien o para mal, la tozudez. Hay dos anécdotas, o chascarrillos, bien conocidas que reflejan muy bien esta manera de ser:
La primera, la del baturro que camina por la vía del tren y, cuando oye el pitido del maquinista en señal de aviso, le responde con el conocidísimo:
-- ¡Chifla, chifla, que como no te apartes tú...!
(Con sus variantes: "Chufla, chufla...")
Escena tan famosa que incluso apareció en el cine, en la película Nobleza baturra (1935), del cineasta aragonés, de La Almunia de doña Godina, Florián Rey, con Imperio Argentina como protagonista. Aquí podemos ver la escena:
Este chiste se ha elevado de anécdota a categoría, convirtiéndose en todo un tópico sobre el modo de ser, hacer y pensar del zaragozano y, por ende, del aragonés.
La segunda anécdota, o cuentecillo, es la que suele titularse "A Zaragoza... o al charco" y, con diferentes versiones, cuenta más o menos lo siguiente:
Un enviado divino, habitualmente san Pedro, baja al mundo a darse un garbeo y se encuentra a un baturro al que pregunta adónde va; el maño le responde que a Zaragoza y, a su vez, el santo replica: "Si Dios quiere". Pero el aragonés insiste: "Que quiera o no, a Zaragoza que voy", lo que trae como consecuencia que el portero divino lo convierta en rana y lo deje entre lodo y agua por una larga temporada.
Cuando, al cabo de un tiempo, vuelve san Pedro por allí con ánimo de devolver a su ser al baturro, le pregunta de nuevo adónde va, y responde: "Pues ya lo sabes, a Zaragoza", lo que lleva al apóstol a recriminarle: "Si Dios quiere, hombre, si Dios quiere". La réplica maña es tajante: "Qué Dios ni qué... ¡A Zaragoza o al charco!"
Bien, pues este cuentecillo tan nuestro, innúmeras veces versionado, considerado algo así como la quintaesencia de nuestro carácter, aparece contado más o menos de la misma forma en el volumen primero de las Fiabe italiane (Fábulas italianas), recogidas por Ítalo Calvino. Cito por la edición de la casa editorial Einaudi, de 1991.
Entre los muchos relatos populares que allí se recogen, el número 20 (página 73) se titula "I biellesi, gente dura". Los "bielleses" son los habitantes de Biella, al norte de Italia (topónimo que, por cierto, también existe en España y en Francia).
Ahora el protagonista es un campesino que debía bajar a Biella por un asunto importante. A pesar del viento y de la lluvia, él seguía impertérrito su camino, con la cabeza baja y un único propósito de llegar a destino. En el trayecto se encuentra a un "vecchio" (viejo) que le pregunta adónde va. "A Biella", le responde. Y el viejecito añade: "se Dio vuole". El aldeano insiste:
"--Se Dio vuole, vado a Biella; e se Dio non vuole, devo andarci lo stesso" ("Si Dios quiere, voy a Biella; y si Dios no quiere, debo ir lo mismo").
Resulta, claro, que el anciano era el Señor, quien castiga al osado a transformarse en rana durante siete años y a vivir en el pantano entre tanto. Al cabo del tiempo, el hombre recuperó su anterior aspecto y salió por fin de la ciénaga. Se colocó su boina y retomó el camino a Biella, donde volvió a encontrase con el viejecito:
"--Dov'è che andate di bello, buon uomo?
--A Biella.
--Potreste dire: "se Dio vuole". ("Podrías decir: si Dios quiere")
--Se Dio vuole, bene; se no, il patto lo conosco, e nel pantano ci so andare ormai da solo. ("Si Dios quiere, bien; y si no, el trato ya lo conozco y al pantano ahora ya sé ir solo")
E non ci fu verso di cavarne altro". ("Y no hubo forma de sacarlo de ahí")
Esta curiosa coincidencia argumental entre un cuento tradicional aragonés y otro italiano nos lleva a pensar que existe un fondo común compartido de tradiciones populares en el espacio europeo que nos hermana y acerca. A pesar de los orgullosos castillos nacionales y/o regionales que algunos se empeñan en levantar, la investigación etnográfica nos lleva a pensar que nada de lo humano es particular o local, más bien al contrario: nuestra insignificancia existencial nos aúna y convoca, nuestras pasiones se repiten y nuestros defectos nos duplican Por más que algunos sueñen esencias propias o hechos diferenciales.