La Inquisición mantuvo un Index librorum prohibitorunt durante años y siglos. El franquismo también controló nuestras mentes, o sea, nuestros libros.
En el siglo XIX fueron famosos los procesos a Madame Bovary, de Flaubert, y a Las flores prohibidas, de Baudelaire (se expurgó una parte del poemario).
En el siglo XX, fue famosa la censura estadounidense del Ulises, de Joyce, considerado un libro pornográfico. Y también tuvo muchos problemas la edición de Lolita, de Vladimir Nabokov, en Inglaterra. Ambos son hoy grandes clásicos de la literatura universal.
La bibliocastia ha existido siempre y, en su fase más radical, llega a la quema de libros, como hicieron los nazis. El historiador venezolanao Fernando Báez ha publicado una interesante Historia universal de la destrucción de libros, en Siruela, y cuenta estas y otras muchas cosas. Servet, Voltaire, Rousseau, Darwin, Wilde, Steinbeck, Russell, Salman Rushdie... Muchos escritores han tenido problemas para hacer públicas sus obras.
Y no solo los escritores: los periodistas, los dibujantes, los humoristas. No hace tanto, en España censuraron un dibujito de El Jueves, donde salían el Príncipe y Letizia. En fin... la censura que no acaba
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