El fabulista francés
Lafontaine escribió esta fábula, que tradujo en verso castellano
Félix María de Saminego, donde se demuestra que la
vara de medir no es igual con todos y que la
Justicia no siempre es ciega, a pesar de que así nos gusta representarla en las magníficas esculturas que situamos en nuestros
Palacios de Justicia. He aquí la versión de
Samaniego:
LOS ANIMALES CON PESTE
En los montes, los valles y collados,
de animales poblados,
se introdujo la peste de tal modo,
que en un momento lo inficiona todo.
Allí donde su corte el león tenía,
mirando cada día
las cacerías, luchas y carreras
de mansos brutos y de bestias fieras,
se veían los campos ya cubiertos
de enfermos miserables y de muertos.
«Mis amados hermanos»,
exclamó el triste rey,
«mis cortesanos,
ya veis
que el justo cielo nos obliga
a implorar su piedad, pues nos castiga
con tan horrenda plaga;
tal vez se aplacará con que se le haga
sacrificio de aquel más delincuente,
y muera el pecador, no el inocente.
Cada cual examine su conciencia
sin falsa adulación, sin negligencia.
Confiese a todo el mundo su pecado.
Y yo primero acusaré contrito
que, siguiendo sin freno mi apetito,
yo crüel, sanguinario, he devorado
inocentes corderos,
ya vacas, ya terneros,
y he sido, a fuerza de delito tanto,
de la selva terror, del bosque espanto.
También maté pastores.
Si fuere yo el responsable
no será justo, no, que yo rehúse
ofrecerme cual víctima propicia.
Empero es deseable
que cada uno como yo se acuse:
que es de estricta justicia
que tan solo perezca el más culpable".
«Señor», dijo la zorra, «en todo eso
no se halla más exceso
que el de vuestra bondad, pues que se digna
de teñir en la sangre ruin, indigna,
de los viles cornudos animales
los sacros dientes y las uñas reales.
Devorar los estúpidos corderos
¿es acaso pecado?
No… debieran más agradeceros
el honor especial que les hicisteis,
pues en manjar real los convertisteis.
Respecto a los pastores…
¿No sostienen quimérico dominio
sobre pobres, sencillos animales?
Son por esa razón merecedores
de tal exterminio».
Al terminar el zorro, aduladores
astutos aplaudieron.
Allí del tigre, de la onza y oso
se oyeron confesiones
de robos y de muertes a millones;
mas entre la grandeza, sin lisonja,
pasaron por escrúpulos de monja.
El asno, sin embargo, muy confuso,
prorrumpió: «Yo me acuso
que al pasar por el prado de unos monjes…
el hambre que sentía,
la ocasión y la hierba que invitaba…
tal vez algún demonio allí escondido
que a infringir los deberes me incitaba,
(no es que yo quiera disculpar el hecho
porque fue sin derecho)
unas maticas trasquilé del prado,
mas fue solo un bocado”…
“Es él; no hay duda; es él el responsable”.
Sin dejarlo acabar todos clamaron.
Y un lobo algo erudito
probó que ese maldito
animal, vil, sarnoso,
fue el que provocó horroroso
flagelo con su enorme delito.
¡Comer la hierba ajena!
¡Qué crimen más atroz! Solo la muerte
era de tal acción digna pena…
Y hubo el pobre asno de aceptar su suerte…
Según qué poderoso o miserable
seas, si eres juzgado,
te harán parecer justo o culpable.
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