Esta "ideíca", que digo imitando la palabra que gustaba de usar el sabio Ramón y Cajal, la tomo de otro sabio aragonés: Pedro Laín Entralgo. En el libro de Agustín Albarracín, Pedro Laín, historia de una utopía (Madrid, Espasa-Calpe, 1994), habla don Pedro con su discípulo y biógrafo y le dice que es característico del hombre su sustantividad y su vocación para la acción. Es decir, el hombre es constitutivamente sujeto y predicado, nombre y verbo. Pero, además, el hombre es adverbialidad, circunstancialidad. Somos "adverbialmente situados", en un hic et nunc, en un aquí, así y ahora.
Como diría Ortega, "Yo soy yo y mi circunstancia". Esto hace que el hombre sea esencialmente biográfico y que, para entenderlo en su integralidad, haya que comprenderlo desde una perspectiva histórica, generacional.
La historia, la biografía no son, pues, un lujo erudito o un entretenimiento inane de personas más o menos ociosas, sino que solo en ellas y desde ellas podemos comprender a las naciones e individuos que las componen. He aquí por qué es tan importante situar a los autores dentro de su generación, pues los nacidos en torno a las mismas fechas han sido marcados, condicionados, por los mismos sucesos históricos, las mismas mentalidades, ideologías, prejuicios...
En definitiva, lo histórico es una categoría fundamental para la correcta intelección de lo social y lo antropológico.
Y por supuesto, no es posible entender al hombre sin gramática, un sujeto que quiere ser predicado, adverbialmente situado en el mundo y desesperantemente desparramado sobre cosas adjetivas que carecen totalmente de interés para el meollo significativo de la oración principal: la sola, pura e intensa vida.
Como diría don Antonio Machado, a veces confundimos las voces con los ecos.
Y la gramática, con la gramática parda, añadimos nosotros.
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