Caballero andante
Lo vi entrar al bar con aquella armadura de cuero negro
Llevaba el casco en la mano
Venía calado hasta los huesos, chorreando sin parar
Entró aterido y pidió un café con churros
con la esperanza
de entrar acaso en calor.
Se llamaba Alonso Quijano
y, como sabréis, era alto y delgado
Tenía cincuenta y pico mil años,
y un aspecto demacrado
como si llevara sobre sus estrechos hombros
toda la carga del mundo.
Venía con otro motero,
pequeño y gordo,
que se llamaba —sí, lo habéis adivinado—
Sancho Amigo.
Él enseguida pidió un vino, y queso,
y algo de longaniza, con lo que parecía revivir
por momentos.
—Tres años ya, Amigo, y aún no hemos llegado
a la Otra Orilla.
Y el otro contestaba que ya faltaba menos, que pronto llegarían
al Oeste Lejano, Más Allá de las Estrellas.
—Me gustaría ser pastor, mi Amigo, me cansa ya el camino.
Y Sancho animaba, No podemos dejarlo ahora, después de tanto tiempo, hemos pasado mucho. Pero tú no creías al principio. No, pero ahora, sí.
Había dejado de llover.
Pagaron, cogieron sus motos y se perdieron.
Y yo creí recordar algo de una búsqueda
entre los brillos de aquel bourbon al que me aferraba
como cada día
como cada hora
como siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Envía tus comentarios