BREGA
Ya ves cómo es mi vida aquí.
Con un hijo handicapé, sin hombre y
esto que es tan grande, todo el día de un lado para otro, bregando, como en el
pueblo pero más esclavo. La vida no va mal, no soy yo de las que se quejan,
pero a veces una claro que está a punto de reventar. Pero mira, hijo: si voy a
decirte la verdad, hace treinta años que me vine a París y no lo cambio por
nada.
¿Que por qué vine? Porque tenía un hombre que me
reventaba a palos. Era bueno, no te digo yo que no, pero en cuanto cogía la
botella se convertía en otro. Un día me dijeron en el juzgado que ni separarme
ni ostias: eran los años del Franquismo, ya sabes, y lo del divorcio era
impensable; así que el juez me dijo: márchate, que te mata. Y ya me ves con dos
maletas, una máquina de coser y un hijo handicapé
de la mano.
Vine a servir, que aquí hay mucha señora. Y aquí
llevo desde entonces. Ahora tengo lo de la portería, para arreglar lo de la
jubilación, y vuelvo a Asturias una vez al año. A veces pienso en aquello, en
aquella vida que tuve. Y en la que voy llevando, no pienses que tan arreglada.
Pero la vida de los pobres es así, lo mismo para un turco que para un africano.
Me lo decía hoy una senegalesa en Pigalle: toda la vida acarreando cántaros a
la fuente en el pueblo y ahora acarreando miseria por París.
No sé si las cosas van a cambiar algún día. Yo,
estar, estoy contenta: vine a este mundo sin nada, trabajé toda la vida y tengo
un piso en Gijón. Cuando vuelvo a casa en metro, pienso si mereció la pena
tirar por esta vida. Y miro a mi hijo y sé que sí.
(Tomado de Xuan Bello, La nieve y otros complementos circunstanciales, Zaragoza, Xordica, 2012, trad. José Luis Piquero, pp. 91-92)
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