lunes, 8 de octubre de 2018

La "saudade", un profundo sentimiento galaico-portugués

La saudade es el sentimiento galaico-portugués por excelencia. La morriña, la melancolía, la nostalgia, la añoranza, esa sensación de haber perdido algo que queremos, bien sea la tierra natal, un ser querido, la juventud... El anhelo, el deseo, el sabor agridulce del recuerdo. Todo eso, y mucho más, es la saudade, que en Asturias llamamos señardá. Un sentimiento fáustico característico del Norte y totalmente ajeno a la alegría vital del hombre del Sur. Un pie en el decadentismo vital y literario.

El hombre ibérico del Norte es más atlántico, reservado, introspectivo. El del Sur, más mediterráneo, latino, vitalista, extravertido.

Al hombre norteño todo le vale para esa rememoración del tiempo ido, para esa evocación deleitosa del dolor de vivir y el placer de sentir. Ese regusto en la decadencia, el dolor y la muerte, pero rememorada desde la alegría de estar todavía aquí, del lado de la vida y de los vivos. El norteño gusta de la austeridad y el estoicismo, frente al epicureísmo hedonista del Sur.

Dicen que saudade tiene que ver con la palabra latina "solitatem", soledad, aunque es una etimología no corroborada al ciento por ciento. Lo cierto es que parece que en el corazón se nos pusiera un poco de niebla: el frío de lo perdido, la lluvia de las lágrimas, la oscuridad de lo no atisbado... y la esperanza del rayo de sol que se adivina al fondo.

Rosalía de Castro, CamõesFernando Pessoa, Martin Codax, Don Denís... Son muchos los poetas y escritores que han dejado obras llenas de saudade, desde las primera composiciones gallego-portuguesas: las cantigas.

El escritor luso Manuel Melo la definió así en 1660:
“bem que se padece e mal que se disfruta” (bien que se padece y mal que se disfruta).
El escritor luso Antonio Lobo Antunes, en El regreso de las carabelas (1988), deconstruye el mito de la saudade en relatos cínicos que presentan algo así como un autoengaño neurótico. En su obra imagina que, cuatro siglos después de la Era de los Descubrimientos, una distorsión temporal permite un encuentro moderno con Vasco de Gama.

El director de cine Manoel de Oliveira profundiza en el tema de la saudade: la vejez, el amor no correspondido, el anhelo de cuanto ya no existe, en películas como Viaje al principio del mundo (1997), donde unos viajeros, entre ellos el personaje que interpreta el actor italiano Marcelo Mastroaianni a los 72 años (su última película), van a los pueblos agrestes del norte portugués en busca de un pasado que coonocen solo en sueños.

Otra película llena de saudade es Lisboa story (1994), del alemán Wim Wenders, donde un ingeniero de sonido busca a un director desaparecido y descubre la ciudad a través de las escenas que el director dejó filmadas. Hay secuencias memorables como la melancólica filmación de los acantilados del cabo Espichel.

Otra película memorable es Fados (2007), del español Carlos Saura, homenaje a la música popular portuguesa y que completa su trilogía popular Tango y Flamenco. Aparecen leyendas del fado como Camené y Mariza, así como otros cantantes, como Caetano Veloso, Chico Buarque y Miguel Poveda.

Una palabra muy portuguesa. Y muy normal en una nación de marineros. Y de emigrantes, pues, en el siglo XX, Portugal fue una de las naciones más pobres de Europa, y eso hizo que millones de portugueses emigraran, hacia las antiguas colonias africanas (Angola, Mozambique), hacia Asia o América (Estados Unidos, Canadá, Venezuela, Argentina y Brasil, principalmente), hacia otros países de Europa (Andorra, Francia, Suiza, Alemania...).

Portugal es tan de emigrantes que hasta el propio rey emigró a Brasil (con la conquista de Portugal por las tropas napoleónicas, en el siglo XIX). Y es tan de saudade que hasta los judíos sefardíes expulsados del país por Manuel I, en 1496, la sentían en su largo exilio.

La saudade también está en la música popular, el fado. Amália Rodrigues, la "Rainha do fado", dijo: "Yo no canto fado. El fado me canta a mí". La palabra procede de "fatum", destino, hado. Las letras están plagadas de emoción y melancolía, de historias sobre los avatares del destino, de amantes alejados y amores imposibles. Lo emocional es en el fado tan importante como la técnica vocal. En 2011 el fado pasó a formar de la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco. El fado nace del pueblo, en los barrios obreros de Mouraria y Alfama en Lisboa, en burdeles y tabernas. Era hijo de los pobres y desheredados, tenía fama de indecoroso y fue postergado hasta que las clases altas se interesaron por este tipo de música y lo dieron a conocer al gran público. En el siglo XX se convirtió en símbolo nacional y se indagó en sus orígenes, donde hay relaciones con los ritmos africanos y brasileños, pero también con los cantos moriscos y las canciones de los trovadores provenzales. Genios como Amália Rodrigues lo hicieron universal. Nacida en 1920 en una familia pobre, popularizó el fado en las salas de conciertos y el cine, como en la película Capas negras, de 1947. El salazarismo usó el fado como símbolo: "fútbol, Fátima y fado", decían sus seguidores. Pero tras la muerte del dictador resurgió y Amália, muerta en 1999, fue llorada en todo Portugal y trasladada al Panteón Nacional. En el año 2000, Bruno de Almeida le dedicó un documental, The Art of Amalia.

En el fado es imprescindible la viola o guitarra portuguesa, de 12 cuerdas y forma de pera.

Hoy, son figuras punteras del fado la mozambiqueña Mariza, con álbumes de fusión como Terra (2008), con música étnica, ritmo africano, flamenco, latino y jazz. También destaca Carminho, joven de voz potente y lastimera.

En Cabo Verde, hay que destacar la morna, prima lejana del fado, con canciones lastimeras de pérdida y añoranza; sobresale Cesária Évora (1941-2011), la "diva descalza", con su dico Sodade (palabra criolla para saudade).

En Brasil, la saudade ha influido mucho en la bossa nova, un movimiento que comienza en 1958, con Chega de saudade, de Antonio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes, y donde el cantante se queja de la pérdida de su amor y sale en su busca.

En Zaragoza hay un café bar con ese nombre, en el barrio de la Almozara. En Goa, en la India, hay una calle llamada "Rua das Saudades", como recuerdo del pasado colonial portugués. En Brasil, el 30 de enero es el Día da Saudades, un día ideal para que nos venza la añoranza, el recuerdo de antiguos amores, patrias lejanas, tiempos mejores.

El poeta y pintor Almada Negreiros dijo de la saudade:

"Porque o sentimento-síntese do povo português é a saudade e a saudade é uma nostalgia mórbida dos temperamentos esgotados e doentes. O fado, manifestação popular da arte nacional, traduz apenas esse sentimento-síntese. A saudade prejudica a raça tanto no seu sentido atávico porque é decadência, como pelo seu sentido adquirido definha e estiola" (Ultimatum Futurista às Gerações Portuguesas do Século XX)

Un vocablo especial; intraducible, pero necesario.

Pues eso: "saudade". Esa humedad que corroe y oxida y, a la vez, el frescor que nos vivifica cada mañana.
Saudade (1899), de Almeida Júnior

Saudades de Nápoles (1895), de Bertha Worms


El grupo asturiano Los Berrones canta "Señardá"

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