No es mejor el que da con generosidad ni peor el que recibe con alegría. El amor es el fruto de estas dos cosas...
Un leñador, acostumbrado al arduo trabajo de la tala de árboles, terminó casándose con una mujer que era exactamente su opuesto: delicada, suave, capaz de elaborar lindos bordados con sus dedos gentiles. Orgulloso de su esposa, él se pasaba todo el día en el bosque, realizando su trabajo, para que nada faltase en la casa.
Vivieron juntos durante muchos años y tuvieron tres hijos, que crecieron, estudiaron, se casaron y fueron a vivir a lugares lejanos, como, por cierto, ocurre casi siempre. La pareja continuaba en la misma cabaña, pero, mientras el hombre se sentía cada vez más fuerte como consecuencia de su trabajo, la mujer empezaba a debilitarse. Su estado de salud empeoró de tal manera que ya no podía levantarse de la cama.
El marido ya no sabía qué hacer. Y una noche se puso a llorar:
–No me dejes –decía sollozando–. ¡Te necesito!
–No me dejes –decía sollozando–. ¡Te necesito!
El brillo de los ojos de la mujer pareció retornar:
–¿Y sólo ahora me lo dices? En el momento en que nuestros hijos crecieron y partieron, yo sentí que mi vida había perdido su sentido. ¡Tú siempre fuiste tan independiente!–Me daba vergüenza recibir tu cariño. Siempre me pareció que no merecía todo lo que hacías por mí.
–¿Y sólo ahora me lo dices? En el momento en que nuestros hijos crecieron y partieron, yo sentí que mi vida había perdido su sentido. ¡Tú siempre fuiste tan independiente!–Me daba vergüenza recibir tu cariño. Siempre me pareció que no merecía todo lo que hacías por mí.
Gran estreno con esta historia de Coelho, Carpediem. Muy bien. Bienvenido/-a a "Letr@herida".
ResponderEliminarUn buen estreno, Carpediem. Tan solo con ese nombre, tan abrigado por "El Club de los Poetas Muertos" (del que me considero bedel, al menos), aquí has conseguido un lector.
ResponderEliminarUn saludo.