"Amigos lectores que leéis este libro,olvidad cualquier cuidado;y, al leerlo, no os escandalicéis,no es ni malo ni dañino.Es mejor escribir de risas que de lágrimasporque reír es lo propio del hombre.¡Vivid alegres!"
Rabelais sí que lo tenía claro y, con espíritu similar al de nuestro arcipreste de Hita, proclama el principio fundamental de la vida: la risa y la alegría. Lo mismo decía Aristóteles: la risa es lo propio del ser humano, así que... ¡a reír, hombre!
Además de una risa verbal, local, propia de cada idioma porque se basa en el juego lingüístico, hay una risa corporal, universal, basada en el movimiento, los gestos... Basta con ver a Buster Keaton o Charlot para entenderlo. Es una risa muda, pero contagiosa, que hace reír a niños y mayores de todo el mundo.
El cristianismo, por entonces, no lo tenía tan claro. Las reglas monásticas consideraban la risa un poco en plan Baudelaire como algo satánico: "lo peor que pueda salir de una boca humana". ¿Y por qué? Porque, a ver, ¿alguien ha visto a Jesús riéndose en los Evangelios? ¡Pues entonces...!
San Basilio afirmaba que el Señor condena a "quienes ríen en esta vida". Quedaban así constituidos los principios fundamentales de la seriedad.
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