Del mismo modo que Sherlock Holmes es el detective más conocido o Don Quijote el loco más famoso del mundo, Drácula gana el oro, sin lugar a dudas, en ser el más popular de los vampiros. La mayoría lo conocieron a oscuras, ante cientos de escalofriantes fotogramas que los mantenían inmóviles en sus butacas. No en vano, Drácula es el personaje de ficción más veces llevado a la gran pantalla. Sus colores son el rojo sangre, el negro sobrio y el blanco oxigenado; no se refleja en los espejos; no tolera la luz y, un detalle importante, nuestro solitario diurno comparte sus noches con una legión de mujeres de curvas sinuosas y cuellos mordidos, en un castillo irremediablemente aislado del mundanal ruido.
(Este es el castillo)
Cuentan los investigadores que Drácula sí existió, era hijo del príncipe de Valaquia el cual nació en Transilvania y reinó como príncipe de 1456 a 1462 y murió en 1476 en Rumanía
A Drácula se le conoce como hijo del dragón o el empalador porque torturaba a sus enemigos atravesándolos con un palo, es considerado un personaje muy importante de la historia, es admirado y algunos defienden su forma de pensar porque es considerado un defensor de la patria, ya que castigaba a traidores y ladrones, además de todos aquellos que él consideraba que no cumplían con las funciones dentro de la sociedad de ese entonces.
Años más tarde, Bram Stoker tomó a ese personaje para ser la versión que hoy conocemos como Drácula. La fusión que hizo el escritor de terror y dramatismo coloca a Drácula en una obra magistral llevada varias veces a Hollywood. Por las novelas, asociamos a Drácula con un vampiro sádico, pero refinado y romántico, que regresa de las tinieblas en busca de cuellos jóvenes que alimenten su eterno deambular por la noche de los tiempos.
A Drácula se le conoce como hijo del dragón o el empalador porque torturaba a sus enemigos atravesándolos con un palo, es considerado un personaje muy importante de la historia, es admirado y algunos defienden su forma de pensar porque es considerado un defensor de la patria, ya que castigaba a traidores y ladrones, además de todos aquellos que él consideraba que no cumplían con las funciones dentro de la sociedad de ese entonces.
Años más tarde, Bram Stoker tomó a ese personaje para ser la versión que hoy conocemos como Drácula. La fusión que hizo el escritor de terror y dramatismo coloca a Drácula en una obra magistral llevada varias veces a Hollywood. Por las novelas, asociamos a Drácula con un vampiro sádico, pero refinado y romántico, que regresa de las tinieblas en busca de cuellos jóvenes que alimenten su eterno deambular por la noche de los tiempos.
El Drácula real fue diferente y desde luego nada romántico, aunque sí hubo mucha sangre en su vida. Vlad III, más conocido como Vlad Dracul o Vlad Tepes ("el empalador"), señor feudal de los Cárpatos, fue príncipe de Valaquia, un territorio de la actual Rumanía, que vivió en el siglo XV y aterrorizó a sus súbditos con asesinatos en masa. Se cree que liquidó a más de 100.000 personas, y que disfrutaba asistiendo a muertes lentas que incluían torturas, descuartizamientos y sobre todo empalamientos, de donde le viene su siniestro apodo. Pero no parece probable que mordiera cuellos. Fue un tirano y un guerrero cruel, pero no un vampiro. Esa cualidad le fue atribuida en las narraciones germánicas y rusas inspiradas en la mitología rumana del vampirismo.
Era el primogénito del príncipe Vlad, apodado Dracul (diablo) por su crueldad y sangre fría, características que heredó su hijo, junto con el alias de Draculea, que significa hijo del diablo. En aquellos tiempos, el territorio rumano estaba acosado por el Imperio Otomano y por los húngaros, y en el interior por nobles que luchaban entre sí con ferocidad.
Vlad vivió una infancia traumática, pues fue entregado por su padre a los turcos, que eran sus aliados en contra de los húngaros, y fue criado por el sultán Murat II, padre de Mehmet II. En 1476, murió asesinado en una emboscada, probablemente por sus propios soldados, que entregaron su cabeza a los turcos. El trofeo fue colgado de una estaca en el centro de Estambul.
Vlad vivió una infancia traumática, pues fue entregado por su padre a los turcos, que eran sus aliados en contra de los húngaros, y fue criado por el sultán Murat II, padre de Mehmet II. En 1476, murió asesinado en una emboscada, probablemente por sus propios soldados, que entregaron su cabeza a los turcos. El trofeo fue colgado de una estaca en el centro de Estambul.
En Rumanía fue venerado como paladín de la cristiandad contra la invasión musulmana, pese a que siempre se le representa con la estrella de ocho puntas, nunca con una cruz. Jamás se supo qué ocurrió con sus restos, supuestamente enterrados en el monasterio de Snagov.
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