Amigos de Letraherida:
Si les menciono la palabra “baloncesto español” a día de hoy, probablemente piensen en los hermanos Gasol, en Ricky Rubio o en Juan Carlos Navarro. Es de agradecer, pues, aunque envejecido, el baloncesto nacional ha dado muy buenas generaciones representadas en aquel oro mundial de Japón en 2006. El entrenador de la selección en aquel entonces, Pepu Hernández, ya se encargó de que todo el planeta situara España en el mapa. Y también (y sin renunciar al tedio que ello suponía), logró extender los dominios del deporte de la canasta.
Ahora bien, si yo les hablo de Silvia Domínguez, Laia Palau, Laura Nicholls, Luci Pascua, Marta Xargay y un largo etcétera, aventuro igualmente la cara de póquer que puedo generar en más de uno. En efecto, son mujeres. En efecto, son deportistas de alto rendimiento. En efecto, han recibido los mismos laureles (e incluso más) que sus homólogos masculinos. No en vano, la selección femenina de baloncesto (un deporte y una categoría al alza y con muy buena salud, pese a los elevadísimos impedimentos económicos) es la campeona de Europa y la subcampeona olímpica y mundial (solo por detrás de los todopoderosos EE. UU.). Y mejor no hablo de las categorías inferiores, porque no acabo...
¿Por qué este alegato al deporte femenino? Me vengo a mi terruño y a mi segunda pasión, tras las letras (para algún despistado, me sigo refiriendo al baloncesto). Porque el deporte femenino, comprobado in situ por alguien que destina sus escasos ratos libres a ello, no tiene nada que envidiar a nadie, ni necesidad alguna de establecer comparaciones. Aquí, en Zaragoza, el equipo de las chicas (“Mann Filter Stadium Casablanca”) entretiene y emociona mucho más que el de los chicos (“Tecnyconta Basket Zaragoza 2002”). Con un ajustadísimo presupuesto, haciendo encaje de bolillos con plantillas y cuerpo técnico, con presencia de la cantera y gente de la tierra, etc. Así se hace un nombre.
Recientemente concluyó la temporada para el equipo de “las verdes” (de esa guisa visten). Odiosos aquellos símiles, sí. Mientras ellas acabaron terceras la liga, semifinalistas por el acceso al título y también semifinalistas por la conquista de la copa, ellos pelean por no perder la categoría… y la empresa (pese a que disponen de un margen económico diez veces mayor). Estas chicas han demostrado ser el mejor equipo femenino de España, si no contamos a Salamanca y Gerona, con unos límites salariales propios de competiciones europeas. Tarea en absoluto baladí y que, les garantizo, no está exenta de trabajo, esfuerzo, superación… y más trabajo.
Les voy a resumir ahora cómo se hacen las cosas. Se parte de un equipo de compañeras; de amigas, de chicas que se llevan bien y, ante todo, de profesionales. Juntamos a Gaby Ocete, Paola Ferrari, Shacobia Barbee, Tamara Abalde y la anteriormente mencionada Luci Pascua. Nos lamentamos por la difícil lesión Jaklin Zlatanova, la segunda en poco tiempo. Recuperamos a Vega Gimeno, disfrutamos con la experiencia de Taru Tuukkanen y, ante todo, confiamos en las generaciones que vienen, criadas en casa: Irene Lahuerta, Zoe Hernández, Carolina Esparcia y Marina Vilella. Fíjense hasta qué punto la juventud demuestra su boyante poderío, que el equipo ha celebrado la pérdida de dos jugadoras: Ana Tainta y Raquel Terrer. Han conseguido una beca deportiva para el bachillerato y la universidad (¡juventud, divino tesoro!) al otro lado del charco. Los capitanes de la nave, Víctor Lapeña (quien colecciona títulos como cromos) y Santi Pérez han botado un barco repleto de ilusión y coronado por la bandera aragonesa.
Sin embargo, como sucede en este deporte (y en el mundo de los negocios, en general), los éxitos nunca quedan lo suficientemente agradecidos (máxime por estos lares). No, no se fustiguen, porque no lo verán en un telediario (demos gracias a que el canal “Teledeporte” retransmite ciertos partidos de la liga femenina). Ahora bien, los buenos ratos que he pasado viendo a este equipo (que ha eclipsado el mortal aburrimiento del equipo masculino o del de fútbol, sin ir más lejos), no me los quita nadie. Y a ellas, tampoco. Serán terceras y quizá la hazaña tarde en repetirse; mas, aunque nadie lo quiera admitir, han ganado.
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